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El narcisismo de las pequeñas diferencias comunitarias

Por: Jack Goldstein

Nota del autor: NA: El siguiente artículo fue publicado recientemente en Das Blatt con motivo de la celebración de los 80 años de la AIM. En vista de que considero que incluí un mensaje que aplica a todas nuestras comunidades, me permito compartirlo acá también, con la venia de la dicha comunidad.

Los siguientes 80 años de la AIM

Un amigo me invitó a escribir un artículo para este libro y pidió relacionar su contenido con mis viajes por el apasionante mundo de nuestra judería. Tras cincuenta años de vaivenes filosóficos resultado de las circunstancias de mi vida, algo de lectura y una alta dosis de viajes, hoy entiendo a nuestro pueblo, a su historia y halajá de maneras que ni imaginaba posibles hace poco tiempo atrás. Si bien de niño la AIM me parecía distante y curiosa, esa fue la comunidad donde mi mamá más cómoda se sintió al llegar de Hungría en 1957 y es, de muchas formas, la que siento más cercana a mi esencia judía hoy en día. No siendo miembro de la Asociación Israelita Montefiore, me honra esta invitación.

Ciertas preguntas se hacen obligatorias al llegar a este solemne aniversario ¿Será posible festejarle los 160 años a la AIM en 2099? De hecho, ¿Tendremos comunidad judía en Colombia para ese entonces? ¿Qué opinarán los futuros tataranietos sobre las grandes decisiones que sus ancestros tomaron por allá en el remoto 2019 a la hora de definir el rumbo de la comunidad? ¿Lo harán desde su sede en la calle 350 de Bogotá, o desde su nuevo hogar en Tel Aviv, Miami o Saigón? Sin fatalismos, la responsabilidad del liderazgo comunitario está en apostarle a que las respuestas nos llenen de entusiasmo para seguir forjando una gran AIM.

De mi padre aprendí el amor por la cultura e historia de nuestro pueblo y fue mi madre quien me expuso a los viajes. Para nosotros, Colombia es casa, pero para la inmensa mayoría del mundo judío, Colombia es apenas un minúsculo accidente. Son muchos los lugares que he visitado para conocer sus sinagogas donde he sido sorprendido con argumentos de lo difícil que les resulta funcionar como comunidad, lograr que sus juventudes se casasen entre judíos o solventar sus instituciones, pero resultan ser comunidades significativamente más grandes que las colombianas. Nuestra pequeña Anatevka es una comunidad admirable. Después de decantar todas las quejas que responsablemente le hacemos, mucho tenemos para celebrar. Épocas difíciles han pasado para la AIM y para la comunidad judía colombiana en general, pero acá seguimos animados y comprometidos con el futuro. Si bien el reciente censo comunitario no es particularmente halagüeño, a la hora de compararnos con otras comunidades pequeñas, es mucho lo que tenemos para sentirnos optimistas. Tenemos la materia prima para celebrarle otros 80 años a la AIM.

Hoy contamos con una comunidad funcional y un Estado de Israel que es motivo de orgullo. Pero el camino ha sido largo y culebrero. En perspectiva, 80 años es el doble de lo que duramos deambulando por el desierto y el doble de lo que nos tomó comenzar a retornar del exilio en Babilonia. También es el tiempo que nos distancia del fatídico inicio de la Segunda Guerra Mundial. Un poco más, 90 años, es el tiempo que transcurrió entre las grandes revoluciones liberales de 1848 que nos permitieron soñar con prometedores horizontes como ciudadanos en igualdad de condiciones y la lamentable Kristallnacht. 

Grandes momentos o tristes realidades pueden estar a la vuelta de pocos años; la historia nos obliga a estar alertas y su ritmo se acelera. Si bien ochenta años son apenas un parpadeo para nuestra milenaria historia, a futuro es un gran reto visualizar lo que nos depare ese tiempo. Más que aseverar que nuestros origines se remontan a tres mil de años, podemos afirmar que hemos sido genuinos protagonistas de nuestra historia y la de su entorno. En nuestro microcosmos, eso nos corresponde seguir siendo en Colombia y al interior de la AIM.

Además, existen retos exógenos que no los controla una comunidad, como pueden ser la guerra y la paz o el comportamiento de variables macroeconómicas. En Argentina, las comunidades se debaten entre crisis económicas, una dosis de antisemitismo, y continuos flujos de Aliya. Nuestros vecinos en Venezuela reaccionaron tardíamente y no lograron emigrar en masa a un Israel les tenía organizada su absorción para reubicarlos como comunidad unida. Pero también están las historias de renovación como la de ciertos grupos jasídicos que siguieron a su rebe hacia el nuevo mundo, o de comunidades que diseñaron planes para revitalizarse y atraer sangre nueva para reversar las tendencias demográficas negativas, tales como Monterrey y Barranquilla, o como resultado del bienestar nacional en los casos de Panamá y Alemania. De otro lado, las poderosas comunidades del Caribe sefaradí prácticamente desaparecieron al caer por debajo del umbral de los cien de miembros; las economías de escala en números reducidos no perdonan. El peso de la historia nos enseña que son pocas las comunidades judías en la diáspora que gozan de signos de vitalidad prometedores.  El reto no es particular para la AIM.

Conociendo el ancho mundo de nuestras juderías, me es grato ver ejemplos como el de México donde las directivas comunitarias han entendido que el abismo sefaradí-ashkenazi de otrora es hoy apenas un bache que las nuevas generaciones claman por saldar.  Múltiples comunidades liberales en países como Estados Unidos, Francia o Brasil han sabido identificar aquellos núcleos que tradicionalmente no registraban sus radares y que hoy ayudan a engrosar las filas de su membresía. En nuestras latitudes, pocas son las comunidades preparadas para vincular abiertamente, por estatutos y en sus ritos a los segmentos demográficos LGBTI, al mal llamado grupo “emergente”, o a brindarle servicios a aquellos con problemas de inteligencia emocional. Muchos buscan un espacio dentro de las comunidades en las que se criaron, pero se dispersan al no sentirse cómodos en ellas. No obstante, existen otras maneras de asumir grandes retos si arriesgamos pensar por fuera de la caja.

Durante tres años de universidad en Filadelfia mi vida comunitaria giró en torno a Hillel. Ahí, bajo un mismo techo y compartiendo administración, grupos reformistas, conservadores, ortodoxos ashkenazi y sefaradí conducían sus rezos en espacios separados, pero compartían la misma mesa a la hora de las festividades y el mismo foro a la hora de celebrar eventos culturales. Un caso más osado es el que viví durante una capacitación para líderes de Limmud en México. Estando reunido con un grupo muy heterogéneo de activistas comunitarios, pudimos encontrar un término aceptable para que desde ortodoxos hasta reformistas pudiéramos compartir un mismo rezo de Shabat. Las circunstancias tienden a ser cada vez más exigentes pero la Halajá resulta ser más flexible y amable de lo imaginado. Esa tradición milenaria de la que nos enorgullecemos es producto de esos mismos miles de años adaptándonos a las circunstancias. Aquellas comunidades que han sabido reconocer ese reto, han dado valientes pasos hacia adelante para recuperarse de su anemia y han sabido reinventarse.

A lo largo de los siglos, hemos encontrado fórmulas impensables para replantear el sendero y sobreponernos a dificultades a nivel comunitario. Para ello, quienes quedamos para contar la gran historia del pueblo judío, hemos sido proactivos y dado los pasos indicados sin esperar a que se den por sí solos. El “narcisismo de las pequeñas diferencias” alude a la actitud que conduce a pugnas intestinas que desconocen tanto al gran común denominador que nos debe unir como al amenazante mundo exterior que acecha. Ese narcisismo resulta incomprensible para quienes no son parte del conflicto interno pues, para ellos, los implicados somos un mismo grupo y ven absurdas nuestros conflictos internos. Cuando son más los factores esenciales los que nos unen, el énfasis debe residir en ellos. No podemos convertirnos en aquel Robinson Crusoe judío quien en su pequeña isla había construido su casa, su centro comunitario, su club social y dos sinagogas, pero no se atrevía a asistir a una de ellas. El compromiso debe fijarse para que en 80 años sigan existiendo muchos motivos para celebrar en una robusta AIM.