La primavera árabe, que supuestamente significó el comienzo de una etapa democratizadora en todo Oriente Medio, no ha contribuido a la consolidación democrática en la región. Mientras se percibe una marcha atrás en Argelia, Egipto y Marruecos, cuyos regímenes apenas han cambiado en su naturaleza política y siguen inmersos en eternas autocracias, Irak, Libia, Siria y Yemen se desangran en interminables y sangrientas guerras civiles.
Los proyectos modernizadores y progresistas en el mundo árabe, tales como Irak, Siria, Túnez y Libia, han fracasado y hoy se debaten entre la dictadura y el islamismo radical. Occidente ya no apuesta decididamente, como hace años, por la democratización de estos países, sino más bien por la estabilidad aún a riesgo de que vivan bajo el peso de abyectas dictaduras, como es el caso de Egipto. Tan sólo Túnez parece gozar de una relativa tranquilidad política, pero el terrorismo sigue estando presente y el riesgo de un estallido social -como ocurrió en el año 2010- es un escenario que no debe descartarse.
Líbano, ajena por ahora a la guerra pero directamente relacionada con el conflicto sirio por su vecindad y por los vasos comunicantes que hacen de Damasco un actor fundamental en el sistema político de este país, vive en una relativa calma. Pero es una calma chicha: el país se ha convertido en un rehén del grupo chiíta Hizbulá y solo habrá paz y estabilidad mientras que este grupo conserve su liderazgo en la sociedad y el gobierno libaneses.
El Estado Islámico, extendido desde Libia hasta Yemen pasando por Irak y Siria, donde posee una importante base territorial, es la demostración más evidente de la evolución del Islam en Oriente Medio. Convertido en un grupo bárbaro, radical, antioccidental y que no desdeña el terrorismo como forma de acción política, por no hablar de su retórica prehistórica y reaccionaria, el Estado Islámico nos ha dado en los últimos años algunas imágenes y vídeos que lo emparentan directamente, por su brutalidad, con la Alemania nazi y el Irán de los ayatollahs.
La Mezquita, ¿Escuela de radicalización islámica?
Pero el problema no se circunscribe al mundo musulmán, sino que tiende sus tentáculos hacia los Estados Unidos y Europa. Millones de musulmanes han emigrado hacia Occidente huyendo de las guerras y los conflictos o, simplemente, buscando mejores horizontes de vida. Llegan sin nada, se acogen rápidamente al modo de vida occidental y gozan de una calidad y un bienestar del que nunca hubiera podido disfrutar en sus países. Sin embargo, la historia no termina ahí. Muchos de los recién llegados, en un fenómeno paradójico, adoptan un discurso antioccidental y radical, contrario incluso al de las sociedades de adopción y acogida. La mayor parte de los terroristas que han perpetrado atentados terroristas en varias ciudades europeas son hijos de familias musulmanas residentes en Europa. La escuela y la familia socializan a los futuros terroristas, desgraciadamente.
¿Cómo puede ser posible que jóvenes educados y crecidos en Europa acaben abrazando un credo bárbaro, intolerante y criminal? El problema no es el Islam, sino la burda manipulación de las creencias religiosas y la deformación de las mismas en aras de conseguir objetivos politicos. Líderes religiosos sin escrúpulos, como el imán de la mezquita de Finsbury Park (Londres), Abu Hamza, envenenan a los más jóvenes con un discurso incendiario y victimista, donde se entremezclan mensajes antioccidentales con una suerte de búsqueda de la pureza a través de la inmolación en actos terroristas. Jóvenes inadaptados, desempleados y poco integrados en esas sociedades acaban engrosando las filas del radicalismo islamista. Algunas mezquitas –no todas-, entonces, se acaban convirtiendo en una verdadera escuela donde se adoctrinan a los futuros terroristas.
Sin embargo, no perdamos de vista que la mayor parte de las víctimas del terrorismo radical islamista, como las que ha provocado el Estado Islámico, son musulmanes. Los países más golpeados por la violencia terrorista del islamismo radical también son de mayoría musulmana, como Pakistán, Irak, Siria, Líbano y Turquía, quizá los países más castigados en estos momentos por esta violencia irracional, desbocada y brutal.
El islamismo radical utiliza todas las formas y medios para hacer llegar sus mensajes. Las redes sociales se han convertido en un vehículo fundamental para la propagación de estas ideas y en un medio para que el discurso llegue a los más jóvenes. De esta forma el Estado Islámico ha reclutado a decenas de jóvenes de todas las nacionalidades europeas, quienes desafiando abiertamente las Leyes de su país e incluso costeándose ellos mismos el viaje hasta las zonas de guerra, como Siria, no dudaron ni por un momento en unirse a la fanática organización terrorista.
El problema, que ha tenido también su traducción en los Estados Unidos, donde también algunos ciudadanos norteamericanos se unieron a las filas del terrorismo islamista radical, requiere evitar simplificaciones y un tratamiento legal quizá más rotundo y contundente, de tal forma que los condenados por enaltecimiento del terrorismo o por llevar a cabo acciones terroristas reciban penas ejemplarizantes que hagan desistir a otros en ese camino. El terrorismo requiere acciones firmes, dentro del Estado de derecho, y no medias tintas y una tolerancia hacia esos hechos rayana en la estupidez. Occidente debe tomar conciencia del problema, que el islamismo radical ha llegado a nuestras casas para quedarse, y comprender que los conflictos de nuestro tiempo requieren una respuesta eficaz global. La batalla, obviamente, se puede ganar pero hay que ser firmes y decididos a la hora de defender nuestros principios éticos y valores morales. La democracia, ni más ni menos, está en juego.
Finalmente, la educación debe jugar un papel fundamental en este proceso de lucha contra la propagación y difusión de estas ideas racistas, intolerantes y que apelan a la violencia para construir un supuesto mundo más justo, tal como defiende el islamismo radical. Hay que construir marcos de convivencia multiétnicos y plurirreligiosos pero siempre desde el respeto al otro y sin tratar de imponer la destrucción de una civilización basada en el diálogo, la tolerancia hacia el diferente, la no discriminación de las minorías y el principio de un hombre, un voto. El Islam mostró una terrible regresión en los últimos tiempos, un fenómeno novedoso y no visto hasta ahora, pero ello no implica que se puedan abrir nuevos escenarios y que se revierta este discurso que apela al regreso a la caverna y a la Ley de la selva.