Discurso pronunciado ante el homenaje a las víctimas del Holocausto - Cartagena Enero del 2017
Hace 2 años, el 27 de Enero de 2015 tuve la oportunidad de visitar Auschwitz con ocasión de los 70 años de la liberación por parte de las tropas soviéticas. Tras llegar al campo después de un viaje de una hora por la campiña polaca, baje del bus en el que compartí silla con un sobreviviente, fui caminando lentamente por un sendero de tierra hasta llegar al portón con el sugestivo aviso forjado en hierro: “Arbeit Mach frei”, El trabajo libera. En ese momento se me heló la sangre, escalofríos recorrieron todo mi cuerpo, el momento no pudo ser más sobrecogedor. ¿Pero por qué? No había visto nada macabro, nada siniestro, nada que indicara que allí había ocurrido algo horrible.
La sangre se me heló porque Auschwitz, su nombre solo, evoca el más funesto capítulo de la historia de la humanidad, pero más allá, porque hace parte de nuestra memoria histórica como judíos, porque Auschwitz penetró lo más profundo de nuestro ADN, porque Auschwitz quedó incrustado en nuestra identidad colectiva de manera tal que no hay que ver nada para que al recorrer sus caminos, tocar las alambradas, divisar las lúgubres lámparas que desfiguran la noche y las barracas, nuestro ser se estremezca hasta la raíz.
Ni de las cámaras de gas donde un millón y medio de seres humanos, hombres, mujeres y niños fueron industrialmente asesinados, ni de los crematorios desde donde sus almas subieron al cielo, queda nada físico, nada para ver y tocar, pero lo que sí queda es más fuerte: la memoria… la memoria.
La construcción de memoria como elemento constitutivo de la identidad de los pueblos es un proceso arduo y complejo, pues no se trata solo de una narración seca de los hechos sino de preservar su esencia a través de una narrativa que perdure hasta la eternidad. La formidable dificultad existente en poner en palabras y textos los hechos vividos.
¿Cómo transmitir el dolor, los sentimientos, los padecimientos y mantenerlos vivos en la memoria por generaciones?.
Lo dijo Eli Wiesel: “Los que estuvieron allá nunca podrán salir, los que no estuvieron nunca podrán entrar”, en otras palabras el horror de lo vivido se queda con los que lo vivieron, los que no, nunca podrán entenderlo ni sentirlo en su verdadera dimensión. La memoria construye el puente entre los dos.
La protección de la memoria histórica se convierte en la incesante reconstrucción del pasado a la luz del presente para que su preservación tenga futuro. Como dice Kundera: “¿Puede una nación cruzar el desierto del olvido y sobrevivir? ¿Puede una nación olvidar y mantener una identidad?” La respuesta es obvia.
Los judíos hemos decidido desde el Sinaí donde nos encontramos con Dios, que la memoria es lo que somos, la memoria es lo que nos permite sobreponernos a los eventos traumáticos que colman nuestra historia. Como colectivo hemos decidido no solo glorificar nuestras grandes gestas sino también hacer de nuestros eventos traumáticos parte de nuestra narrativa y nuestra identidad y cada generación vivir tanto unos como otros.
De décadas de esclavitud en Egipto pasamos a la libertad, a nuestro pacto con Dios, a la Torá y a nuestra tierra prometida. Del Holocausto, de las cámaras de gas y de los crematorios pasamos al establecimiento del Estado de Israel, 2 mil años después de haber sido desarraigados de nuestra tierra. El paralelo histórico es elocuente.
Nuestro desafío, gran desafío, no solo de los judíos sino de la humanidad toda, es mantener viva la memoria de Holocausto, más allá de la simple narración histórica como un evento que marcó un antes y un después en el devenir del género humano. Al reconocer Naciones Unidas este día, 27 de enero, como Día Internacional de Víctimas del Holocausto, envía un mensaje claro a los pueblos y naciones del mundo sobre la obligación de recordar. Recordar hoy, recordar mañana, recordar siempre. Mensaje de trascendental importancia en momentos en los que Colombia, nuestro país, construye la paz.
Ante el asalto incesante de charlatanes, xenófobos, y antisemitas, que niegan el Holocausto o lo trivializan, que buscan asesinar nuestra historia, es nuestro deber supremo proteger nuestra memoria porque como pueblo milenario es lo más preciado que tenemos. Como raza humana también.