“Los niños no tienen pasado ni futuro, por eso gozan del presente, cosa que rara vez nos ocurre a nosotros”. Jean de la Bruyere.
Estos días de cuarentena pandémica han traído novedades que hasta el pasado mes de febrero eran francamente inconcebibles. Permanecer por muchas horas en casa con nuestros seres queridos (lo cual se había convertido en preciada rareza), escuchar música sin prisa y contemplar el jardín o la huertica caseros con sus multicolores retoños… y otros pequeños placeres que estaban en nuestro baúl de recuerdos. Por eso resulta agradable y ciertamente conmovedor reflexionar –lo cual también se había convertido en algo exótico- sobre el tiempo que esta situación de confinamiento sin precedentes ha liberado para desarrollar algunas tareas, dejando de lado otras que el ritmo frenético de la “productividad sin cuartel” logró imponernos hace un buen tiempo. Habíamos perdido una batalla sin siquiera una oportunidad de luchar; sutilmente fuimos despojados de las actividades recreativas que en nuestra niñez fueron tan especiales y que tienen un lugar privilegiado en nuestra memoria.
En primer lugar, debo manifestar que esta mañana tuve el tiempo, la concentración y la energía suficientes para rezar sin distracciones ni prisas. Luego encontré una oportunidad de escuchar música de la Nueva Era… me pregunto si se trata de una coincidencia. Esto lo pude hacer cómodamente semiacostado en mi “reclinomática” ¿será que todavía le dicen así? y tuve que escribir estas líneas al sentirme asaltado por sensaciones tan particulares. Luego tuve la oportunidad de enfocar mi atención despreocupadamente en el dulce cántico de las aves. Sin el estresante bullicio de motores, pitos y de ruidosas sirenas o molestas alarmas, propio de la frenética actividad cotidiana de una ciudad capital.
Y no tuve tiempo para revisar el WhatsApp, ni tampoco para intoxicarme con las últimas “chivas” de última hora (casi todas dedicadas al desvergonzado Coronavirus). Y tampoco tuve tiempo para salir corriendo a comprar ningún bien, ni ningún servicio. Y mucho menos para estresarme, pues lo del virus ya he logrado procesarlo y ponerlo en “modo ralentizado”.
Pero además me quedó algo de tiempo para limpiar los mesones de la cocina con la minuciosidad suficiente para que a mi conciencia le quedara claro que eliminé varios miles de millones de bacterias y de virus (con o sin corona). Y apenas eran como las 9 am.
Ruego a Dios para que los humanos logremos comprender que nuestro amado planeta nos ha concedido una nueva oportunidad para retomar el camino con la esperanza de una renovada vitalidad: un chance para que logremos rediseñar colectivamente y con amor una realidad en la cual el tiempo no sea más nuestro dictador y nuestro martirio; una forma de existir armoniosamente con la naturaleza, evitando maltratarla una y otra vez (y creyendo ingenuamente que esto puede quedar en la impunidad por la eternidad). Dentro de unas coordenadas en las cuales un saludo cariñoso y cálido de seguro tendrá más valor que un fajo de billetes, en las cuales tengamos muchísimas razones para sonreír de forma espontánea. Ahora estamos frente a una coyuntura que nos presenta la posibilidad de producir una versión mejorada de nosotros mismos, una especie de humanidad “reloaded” reconciliada con la naturaleza, con nuestra espiritualidad y con el altruismo… ¿Sabremos aprovecharla constructivamente?