Parado, con copa de vino en mano, con sus invitados ya cómodamente instalados, Samuel hizo el brindis para celebrar su octogésimo cumpleaños y dijo: brindo por mis padres a quienes debo el coraje de emigrar a lo desconocido y permitirme así el haber podido realizar mis sueños, gozar de mi bella familia y llegar a esta edad con buena salud. Y procedió a narrar con finos detalles los difíciles momentos a los que se sobreponen emigrantes pobres de diferentes culturas buscando garantías de mejor futuro para la familia, él como niño de unos 6 años, testigo del interminable viaje en barco Tel-Aviv - Buenaventura.
No era el brindis que esperábamos los reunidos para la elegante ocasión; Martha, hijos, familiares, amigos de la Comunidad y compañeros del Club de Bridge. Ese mensaje del brindis, de gran humildad y reconocimiento a la importancia del comportamiento de los padres en el desarrollo de la persona nos impactó como inolvidable corrientazo.
Otro viaje hice a Bogotá para atender una invitación de Samuel. Nos invitaba a su matrimonio religioso con Martha y en esa ocasión fueron las palabras del Rabino Goldschmidt las que me quedaron grabadas en la memoria que ya tanto me falla. Se refería el Rabino al mérito de que dos adultos mayores prestaran juramento de acompañarse en salud y enfermedad, alegrías y calamidades en el mundo actual de temor al compromiso formal.
En esa ceremonia del matrimonio sentí la presencia de Rina, nuestra alegre y sociable prima por adopción, fiel, laboriosa e inseparable esposa, madre de 4 meritorios hijos, de corta vida pero marcada influencia ella y su familia Averbuch en la vida de Samuel.
Desde joven Samuel se destacó por su presencia física envidiable, su inteligencia superior y su gran don de gentes. No le apuntó a destacarse por esas dotes heredadas, con gran sencillez y marcado compromiso con la familia escogió como meta la ayuda al prójimo enfermo, a la niñez. Entendió y perseveró calladamente en su profesión dejando gratos recuerdos en tres generaciones de pacientes de la comunidad, estudiantes del Colegio Colombo Hebreo y en pacientes del Seguro Social que en esa época era única institución de atención al trabajador y en hijos del cuerpo de la Policía.
De una antigua paciente, ya casi ella bisabuela, recibí corto mensaje de condolencia: “qué lindo que fue tu primo, el doctorcito de mi colegio”.