El pasado verano realicé un viaje a Varsovia y después de varias lecturas, entre ellas El pianista del gueto de Varsovia de Wladislaw Szpilman, que dio título y guión a la película del mismo nombre de Roman Polański, estuve visitando los lugares donde miles de hombres y mujeres se inmolaron heroicamente desafiando a los nazis, algo que antes no había ocurrido en ninguna parte de la Europa ocupada.
En septiembre de 1939, el ejército alemán ocupa Polonia en apenas una semanas, llegando hasta la capital, Varsovia y estableciendo un régimen de ocupación tras la rendición -y huida- del ejecutivo polaco. Desde ese mismo momento, Polonia dejó de existir, siendo repartida en varias zonas de ocupación y el país quedó troceado entre la Unión Soviética, que había firmado con los nazis un pacto infame para repartirse el territorio polaco y la Alemania nazi. Varsovia, la antaño esplendorosa capital polaca, quedaba en manos alemanas y todo vestigio de la antigua administración central y local era borrado definitivamente para siempre, siendo eliminados, encarcelados y asesinados miles de servidores públicos polacos.
Se calcula que la ciudad de Varsovia tenía en el año 1939 una población de 1.300.000 personas, de las cuales el 30% -unas 400.000- eran judíos y en todo el país, la cifra se elevaba a los 3,0 millones, siendo la comunidad hebrea más alta del continente y agrupando el 20% del censo mundial de judíos según datos de la época. Los nazis que nunca ocultaron antes y después de la guerra que pretendían acabar para siempre con la “judería internacional”, atraparon al ocupar Polonia, a toda esta población judía, objetivo criminal y principal de su política de exterminio de todos los judíos europeos.
Los judíos serían confinados en una gran ergástula controlada por los nazis en la cual nadie podía entrar ni salir. El gueto de Varsovia fue abierto entre octubre y noviembre de 1940, una vez instalado el absoluto poder alemán sobre toda Polonia sin apenas ya resistencia. En apenas unos días, la vida de los judíos de Varsovia, una élite conformada por comerciantes, profesionales liberales, industriales y una burguesía culta y preparada, cambió para siempre y se vieron confinados en un lugar terrible, lúgubre y sin apenas espacio para miles de personas.
Así describe lo que sucedió el resistente e historiador judeopolaco Michel Borwicz:
”Más de 400.000 personas separadas bruscamente del mundo exterior, se encontraron encerradas como animales en el recinto carcelario de lo que llegaría a ser el mayor “cementerio de los vivos” de todos los creados por el ocupante en las distintas ciudades y villas del “Gobierno General de Polonia”. Este número aumentó rápidamente debido a la afluencia de refugiados procedentes de otras partes del país”.
La vida en el lugar era terrible, como relata un testigo español de esa época turbulenta y trágica, el diplomático Casimiro Granzow de la Cerda, al que cito literalmente:
”La vida en el gueto se hace, día a día, más terrible. Lo mortalidad aumenta, los cadáveres yacen en las calles esperando turno para ser enterrados; se desarrollan escenas dantescas y van llegando nuevos transportes de judíos procedentes de Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Rumania, Yugoslavia, Bulgaria y Grecia, sin contar con los de Austria, Italia y el “Protectorado”.
Los nazis, sin embargo, tras dos años de existencia del gueto, decidieron asesinar a la inmensa mayoría de la población judía de Varsovia -que incluía a judíos procedentes otras ciudades y regiones de Polonia y del resto de Europa- en los campos de exterminio. La fecha propuesta para el plan de aniquilación de todos los judíos polacos o deportados en el país era a finales de julio de 1942. Sólo se libraron de esta acción criminal, aunque durante unos breves meses, una minoría de trabajadores, considerados por los ocupantes como necesarios para los esfuerzos que implicaba la guerra o para los negocios de los jerarcas nacionalsocialistas.
Así relata lo acontecido Granzow de la Cerda:
”Estaba visto que semejante estado de cosas -la “placentera” vida en el gueto- no podía continuar. El 22 de julio de 1942, la Gestapo, temiendo una enérgica reprimenda de su todopoderoso jefe, Himmler, decide comenzar la liquidación del gueto de Varsovia. Llegan a la capital nuevos destacamentos de la policía alemana de SS. Se trata esta vez de “especialistas”. Los uniformes son idénticos, pero la expresión de sus caras es más terrible todavía”. Las mujeres, los niños y los ancianos son los primeros en ser llevados a los trenes de ganado que les llevarán hasta los campos de la muerte.
Y concluye así el relato del citado testigo de estos tristes eventos:
”Se los hace subir a los judíos en vagones de ganado, cuyo piso se haya recubierto de una espesa capa de cal. Se trata de una medida de desinfección. 100 o 150 personas son apiñadas en cada vagón. La cal derramada los abrasa, y la falta de aire les impide respirar. Ello no tiene importancia. Hay que cumplir rápidamente la orden recibida de transportar diariamente 6.000 judíos”.
El 18 de enero llega la orden de la liquidación total de lo que quedaba del gueto. Las fuerzas alemanas recibieron numerosos refuerzos para proceder al cumplimiento de las órdenes pero se encuentran con la heroica resistencia de los escasos moradores del gueto. Y es que, pese a la tragedia que se vivió de puertas adentro de esta gran cárcel, hay que reseñar que en enero del año 1943 se produjo la primera gran revuelta del gueto de Varsovia, cuando la diezmada población judía de este gran recinto carcelario se levantó en armas contra los ocupantes nazis, en previsión de una segura deportación y su consabida fatal suerte. La población judía en ese momento, tras haber sido enviada masivamente a los campos de concentración y haber muerto miles de judíos a causa del hambre, las enfermedades y los malos tratos infligidos por los ocupantes, podría llegar en esos momentos a las 80.000 personas como mucho. Los judíos tomaron el control del gueto y se rebelaron contra los nazis, a la espera de poder dar el golpe y levantarse en armas contra sus verdugos.
Revuelta contra los ocupantes nazis
El levantamiento comenzó inesperadamente el 18 de Abril de 1943, cuando soldados de las SS que estaban haciendo caminar en fila a una columna de judíos hacia la estación de tren para ser deportados, fueron de forma repentina sorprendidos por una lluvia de balas procedentes de las terrazas que cayó sobre ellos en el nexo de unión de la calle Zamenhofa con Niska, en pleno centro histórico de la ciudad de Varsovia, causando algún muerto entre los alemanes y también varios heridos. Al mismo tiempo, otros disparos se reprodujeron en el Taller de Cepillos y el Taller Tobbers-Schultz, lo que obligó tanto a las tropas de las SS como a los agentes de la policía judía que abandonaron sus armas de fuego en favor de los insurgentes, todo hay que decirlo a su favor, a abandonar el gueto de Varsovia mientras los sublevados izaban en la plaza Muranowska tanto la bandera de Polonia como la insignia azul de Israel con la estrella de David radiante.
Así lo relata Granzow de la Cerda:
“Abril de 1943. Los días son primaverales. Las hojas comienzan a recubrir los árboles… En la noche del 18 al 19 de abril, la policía rodea completamente el gueto y comienza la lucha encarnizada. Los actos de crueldad y salvajismo son indescriptibles. De antemano se sabe cuál ha de ser el desenlace de esos combates. Ya no se trata de salvar la vida, sino el honor”.
Las granadas explotaban de una parte y de otra, los judíos reciben algunas ayudas y municiones del exterior, por parte de la resistencia polaca, pero insuficientes para hacer frente a su pertrechado enemigo. Finalmente, los alemanes proceden a incendiar todo el gueto utilizando bombas incendiarias y atacando con todos los medios a los escasos resistentes que día tras día van quedando.
La insurrección de los judíos de Varsovia sorprendió a todos, pero muy especialmente a los alemanes, que tuvieron que enviar ingentes fuerzas y recursos, junto con centenares de voluntarios polacos y ucranianos, principalmente, a sofocar la protesta armada. Los judíos levantados en armas, exhaustos y ante una fuerza desproporcionada empleada por los alemanes, resistieron valientemente durante un mes, entre abril y mayo de 1943, rindiéndose algunos, suicidándose otros o inmolándose ante sus atacantes tras semanas de lucha. Algunos prefirieron suicidarse antes que rendirse. Muchos murieron abrasados por los incendios provocados por los nazis. El balance final del levantamiento del gueto de Varsovia dejó un saldo de 70.000 bajas judías, entre estos 13.000 caídos en la lucha y 56.065 hechos prisioneros, de los cuales 7.000 serían fusilados de inmediato y el resto deportados con su consiguiente gaseamiento en el campo de exterminio de Treblinka, muy cercano a Varsovia. Respecto al Eje, se registraron 17 soldados alemanes muertos y otros tanto auxiliares entre polacos, ucranianos, bálticos, así como un total de 93 heridos*1.
“El 29 de abril, un destacamento de las SS extermina a 2000 judíos que no habían participado en la rebelión, y que se habían refugiado en el sótano de una casa. En el hospital de la calle de los Franciscanos, que no había ofrecido resistencia alguna, son ejecutados todos los enfermos en sus lechos”, señala, a modo de epílogo en una obra sobre este suceso el diplomático Granzow de la Cerda.
Esta insurrección de los judíos del gueto de Varsovia animó a los polacos, unos meses más tarde, al fatídico levantamiento de la capital polaca, también inmolada ante los nazis sin que los soviéticos, que se encontraban a las puertas de la ciudad y contemplando la batalla sin hacer nada, movieran un dedo por ayudarles, entre agosto y octubre de 1944. La capital polaca, pero especialmente su antiguo barrio judío, quedó completamente destruida después de la guerra y la comunidad hebrea nunca más volvería a recuperar su viejo esplendor. El silencio, el dolor y la muerte ocuparían su lugar para siempre.
*1 (Fuente consultada y citada:
https://www.eurasia1945.com/acontecimientos/crimenes/gueto-de-varsovia/).