2024-11-23 [Num. 1010]


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Artículos  - Antisemitismo

Ricardo Angoso

Angoso
Por Ricardo Angoso
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Historia criminal de un molino lituano hecho con una lápida judía

2024-01-17

Molino holocausto

En el museo-exposición dedicado al Holocausto lituano en la capital de este país, Vilna, se exhibe un rudimentario molino de harina o maíz fabricado por un colaborador lituano con los restos de una lápida hebrea procedente de un cementerio judío destruido por los nazis.

El 22 de junio de 1941, cuando el ejército alemán nazi invadió el territorio lituano, vivían en el país unos 240.000 judíos, incluidos refugiados de Polonia. Al final de la guerra quedaban unos 10.000. Alrededor del 94% de los judíos lituanos están enterrados en Paneriai, en el IX Fuerte de Kaunas o en fosas cerca de sus casas, en el bosque y en cementerios judíos. A menudo fueron asesinados por sus vecinos, a veces por sus compañeros de escuela, de trabajo o de pacientes...Todos ellos colaboradores de los nazis en sus tareas exterminadoras.

En la Casa Verde de Vilna, un edificio histórico de esta ciudad se ha instalado una muestra gráfica y fotográfica que nos relata la historia de lo acontecido a los judíos de Lituania durante la ocupación alemana del país y la ulterior puesta en marcha de la “solución final”, es decir, el Holocausto o la Shoah. La exposición, en la que se relata la tragedia y el martirio de miles de judíos lituanos, cuenta también con algunos objetos curiosos que nos ilustran acerca del exterminio de casi todos los hebreos del país.

Entre estos objetos, hay que destacar un molino de harina construido con los restos de una antigua lápida extraída de alguno de las decenas de cementerios judíos destruidos durante la Segunda Guerra Mundial y, más concretamente, durante el Holocausto. Aparte de exterminar a miles de judíos, los alemanes, junto con los verdugos voluntarios de Hitler en Lituania, querían borrar de la faz de la tierra cualquier vestigio o resto de la cultura y arquitectura judías en todo el territorio lituano. 

Buena muestra de este odio exacerbado por unas ideas criminales y siniestras, el propietario del molino que se exhibe en esta exposición no solamente participó activamente en el asesinato de sus vecinos judíos, incluso algunos conocidos y amigos de sus verdugos convertidos en vulgares asesinos sin alma, sino que llevado por su odio con saña hacia los hebreos destruyó varias lápidas de un cementerio judío local y con una de las destruidas fabricó un rudimentario molino que ahora se encuentra en esta muestra del Holocausto exhibida en la Casa Verde, que más bien debería llamarse la casa negra del horror.

Desconocemos el nombre del asesinato y fabricante del macabro molino, pero no porque esté sumido en el anonimato, como es su caso, le resta al autor la demostración de su sadismo y escasa misericordia hacia sus víctimas, incluso después de muertas. Este simple y humilde molino, prueba criminal que revela el odio hacia los hebreos que inspiraba a su autor, tiene una gran carga simbólica y nos muestra como  en el Holocausto, más allá de sus fríos y calculadores planificadores que diseñaron la “solución final” en la conferencia de Wannsee en Berlín, participaron miles de hombres y mujeres absolutamente normales, con una vida cotidiana como la nuestra, y que llevados y manipulados por unas ideas etnicistas y racistas cometieron los hechos y crímenes más brutales y horrendos.  

El Holocausto, una obra perpetrada por miles de hombres “normales”

Esto nos lleva a algunas conclusiones fundamentales sobre el Holocausto y las responsabilidades que subyacen en torno a la ejecución de este. Una de estas conclusiones es que es absolutamente falso, como han pretendido algunos en Alemania y Austria, que la obra criminal del nazismo, sobre todo la que se desarrolla entre 1939 y 1945, fuera el proyecto de una “camarilla asesina”. Para realizar un proyecto de tales características, en él que perecieron entre ocho y diez millones de seres humanos,  incluyendo aquí a los homosexuales, los gitanos y un sinfín de nacionalidades consideradas “subhumanas” por los nazis, el aparato contó con un innumerable  número de colaboradores, funcionarios, verdugos voluntarios y simples delatores que señalaban a sus víctimas, como ocurrió en Austria, Croacia, Eslovaquia, Francia, Holanda, Lituania, Polonia, Rumania y Ucrania, por citar tan sólo algunos de los países donde se perpetraron los crímenes y las deportaciones. Esa es la tesis central del libro Los verdugos voluntarios de Hitler,  del estudioso David Goldhagen, obra fundamental para entender esta “súbita” transformación de ciudadanos normales en vulgares criminales.

Este agricultor o simple molinero, como tantos otros que se alistaron en las fuerzas colaboracionistas de los nazis en Lituania, era una mera pieza más en la gran maquinaría criminal puesta en marcha para ejecutar el macabro plan de exterminar a todos los judíos de Europa, pero que el camino también se aprovechaba materialmente del vacío dejado por los judíos. Las propiedades, tierras, viviendas, negocios, obras de arte y, hasta sus enseres y lápidas, fueron a parar a las manos de los miles de colaboradores de los nazis y esta usurpación material fue parte fundamental también de la Shoah. Arrebatar todas sus pertenencias a los asesinados es, simplemente, execrable, y revela la miseria moral de sus verdugos. Este molino, que fue encontrado después de la guerra en la casa del molinero asesino, es la prueba de la falta de humanidad de la mayoría de los ejecutores del Holocausto. 

Termino con una reflexión final sobre toda esta historia que tiene que ver con la destrucción de la cultura material judía durante la ejecución del Holocausto. Esa herencia cultural formaba parte de nuestra herencia, como las raíces de un árbol, y expresa en sí misma la rica pluralidad de Europa, una esencia que pretendían borrar los nazis para siempre como objetivo fundamental en su guerra de extermino contra los judíos. Aquello de lo que no se conserva ni siquiera un fósil, pensaban los ejecutores del exterminio de los judíos, no ha existido nunca. Ni seguramente quedará rastro alguno de su estela de cara al futuro. Y los cementerios judíos, pruebas milenarias de la presencia hebrea en Europa, fueron otro objetivo de esa “cruzada” y también tenían que ser destruidos. Esa lápida convertida en una rueda de molino encierra, más allá de la prueba material en si misma, un gran simbolismo que nos revela el odio desatado, por no decir sadismo, durante el Holocausto hacia los vivos, pero también hacia los muertos. Nadie se salvaba del odio, ni siquiera los mudos y silenciosos cementerios, como ocurrió con el cementerio judío Salónica, cuyas lápidas acabaron siendo utilizadas para pavimentar los caminos hacia los cuarteles de las SS en dicha ciudad e incluso una piscina, como una demostración macabra del humor negro de los nazis. 



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