Publicado originalmente el 7 de octubre de 2024 en Red+
Es otra vez 7 de octubre, pero nunca ha dejado de ser 7 de octubre. Es difícil pensar que vamos a marcar un año cuando ese sábado negro realmente no ha terminado. A un año de la peor tragedia del pueblo judío desde el Holocausto quisiera saber más. Quisiera saber que los secuestrados están en casa, quisiera tener lecciones aprendidas después de una año de fortaleza y resiliencia, de unidad del pueblo judío. A un año de la fecha todavía no tengo las palabras. En el judaísmo, cuando una persona está en duelo, debe pasar por una serie de etapas rituales que le permiten sanar. Los primeros siete días se consideran los más fuertes y se denominan Shiva, palabra “siete” en hebreo. Aunque un año ha pasado, el pueblo de Israel y los judíos de la diáspora estamos todavía en shiva.
Más de 1200 personas fueron asesinadas en octubre 7 de la manera más brutal. Los terroristas entraron con la intención clara de causar el mayor daño posible; torturaron, violaron, mataron, incineraron y secuestraron. Hombres, mujeres, niños y ancianos.
“El que salva una vida salva al mundo”, dice el Talmud. Una vida que se pierde es también un mundo. ¿Cómo ilustrar las historias de esas más de 1200 personas? ¿Cómo recordarlos a todos? Tal vez, si me permiten, quiero recordar solo a una de ellas, quien ademas lleva mi nombre.
En la mañana del 7 de octubre Vivian Silver le envió un mensaje a su hijo Yonatan: “Están en la casa, es hora de dejar de bromear y decir adiós”.
Vivian era una reconocida activista de paz. Vivía en una comunidad bordeando la franja de Gaza, el Kibutz Be’eri, que fue de los más golpeados el sábado negro. Ella creía fielmente en forjar un camino de paz con sus vecinos. Era miembro de la organización Women Wage Peace (las mujeres forjan la paz) y participaba en un programa de voluntarios para conducir a gazaties que necesitaban tratamiento médico desde la frontera hasta hospitales en Israel y de regreso. Era una de esas personas que no solo tenía deseos de paz sino que trabaja activamente para lograrlo.
Inicialmente se había pensado que Vivian era una de las más de 230 personas que fueron llevadas secuestradas a Gaza, pero en noviembre sus restos se identificaron a través de ADN y se confirmó que había sido asesinada. Muchos de los masacrados ese día no serían identificados sino hasta semanas después. Los terroristas incineraron casas, autos y personas, algunas incluso vivas, como otra forma de robarlas de su dignidad e identidad.
Hoy, cuando cumplimos un año de la masacre hay personas en las calles celebrando. Hay quienes llaman “resistencia” al asesinato, tortura, violaciones y barbarie. Los líderes del Hamas han prometido volverlo a hacer y en el mundo gritos de “globalizar la intifada” incrementan el odio y el antisemitismo en la diáspora.
En el último año las estadísticas de antisemitismo aumentaron dramáticamente. Se han frustrado ataques contra comunidades judías en Europa y América, protestas violentas llegan a las puertas de sinagogas y escuelas judías, gritando consignas de odio. Personalidades mal informadas o mal intencionadas usan sus plataformas para propagar odio a los judíos. Los casos de ataques personales son muchos para enumerar. El antisemitismo se ha vuelto cotidiano.
Hace unas semanas estuve en Israel. Vi una sociedad que convive con la más profunda tristeza mientras celebra cada una de sus alegrías. Vi familias unidas, un pueblo vibrante, fuerte y crítico, que se mantiene, se levanta y que alza sus voces. Que protesta y discute pero que siempre ondea una misma bandera. Vi un país lleno de esperanza y resiliente. Durante mi visita estuve en varios lugares donde se perpetraron masacres, conversé con familiares de secuestrados, con sobrevivientes. Lloré y reí con ellos. Hablamos del futuro. Me despertó una alarma y tuve que entrar, por primera vez, a un refugio, junto con israelíes ya acostumbrados a los ataques de misiles. Nos hicimos preguntas, no siempre con respuestas. Conversamos en varios idiomas y compartimos en silencio. Rezamos. Las mismas palabras que por siglos, los judíos en todo el mundo hemos recitado.
Al finalizar mi viaje tomé un avión de regreso a mi país y en la primera escala, por un segundo, pensé si debía esconder mi cadena con la estrella de David. No lo hice. Llevo mi identidad con orgullo pero no soy la única, que desde hace un año, se ha tenido que preguntar si es una decisión sabia.
Hoy es otra vez 7 de octubre pero no ha dejado de ser 7 de octubre. Tal vez, en un mañana encuentre las palabras.