… Y de pronto todo se paró. El mundo siguió dando vueltas, pero todas las actividades se paralizaron. Entramos en cuarentena sin poder siquiera alzar la mano. Cerramos las puertas de nuestras casas. De vez en cuando se escucha el timbre para un domicilio. Los que pueden trabajan desde la casa y los que no, pues no trabajan. Hay que cuidar primero que todo la salud, pues llegó este bichito microscópico, pero con corona, a atacar al ser humano. No sabemos si es una ley divina con sabor a premonición bíblica, si se rompió un tubo de ensayo accidentalmente en un laboratorio chino, por andar toreando virus y bacterias o si estamos ad portas de la Tercera Guerra Mundial.
Recuerdo cuando era chiquita haber escuchado algunas conversaciones de los adultos de que la Tercera Guerra Mundial sería la guerra nuclear o la guerra biológica. Yo era muy pequeña para comprender esos términos y apenas estaba escuchando las historias de la Segunda Guerra Mundial que me contaban mis tíos y abuelos, así que me parecía que faltaba mucho tiempo para que eso sucediera. A medida que fui creciendo y empecé a ver que la vida no era tan color de rosa y que había momentos más oscuros, supe que tendría que enfrentar retos y vivir momentos difíciles. Han pasado cosas históricas tristes, acontecimientos difíciles, pero jamás me imaginé tener que vivir una pandemia en este mundo tan tecnológico y tan computarizado. Creí que todas las enfermedades estaban inventadas y que con los adelantos de la ciencia, estábamos cada día más cerca de encontrar la cura para muchas de ellas. Pensé que los científicos se la habían jugado toda buscando soluciones y vacunas y fue así como se logró erradicar la viruela, el polio y tantas enfermedades que producían la muerte o dejaban secuelas graves.
Yo creo que ninguno de nosotros se imaginaba que podíamos llegar a vivir algo así. A lo largo de la historia ha habido plagas, epidemias y pandemias. Muchas de ellas fueron sorteadas sin vacunas y sin los elementos de aseo necesarios para sobrepasarlas. Pero con la tecnología de hoy y todo lo que ha avanzado la ciencia respecto a las enfermedades y a su cura, jamás pensamos que podríamos llegar a vivir una experiencia como esta. Un bichito insignificante que puede acabar con una cantidad exagerada de vidas humanas. Es algo inconcebible y más inconcebible aún que ningún país tenga una solución a la mano. Debemos esperar con paciencia en esta cuarentena para que algún científico nos brinde una solución para esta terrible pandemia.
El planeta necesitaba un descanso y la naturaleza necesitaba parar la mano del hombre para poder florecer. Los animales necesitaban sentirse tranquilos en su hábitat sin una mano cazadora. El ser humano también necesitaba un tiempo de reflexión y aquí lo tenemos. Debemos ser mejores con el prójimo y preocuparnos más por los demás, Debemos acabar con el individualismo y vivir más en función de todos. Compartir más y envidiar menos.
Creíamos que era bueno mantener altas las defensas, a través de la inmunidad, pero parece que eso en estos días no sirve de nada. Andamos alarmados y obsesionados con la limpieza de la casa, la ropa y de nuestros cuerpos, especialmente las manos que son las que más están en contacto con los objetos exteriores.
Actos tan sencillos como botar la basura, se han convertido en eventos trascendentales para nuestra vida diaria. Hay que ponerse guantes para agarrar la bolsa y abrir la puerta, pues en la chapa puede estar el dichoso animalito. Nos debemos quitar los crocs, pantuflas o zapatos de casa y ponernos los de salir a la calle, que deben estar casi a la entrada…. mejor a la salida. Un acto que demora aproximadamente un minuto y medio, nos lleva a considerarlo como uno de los eventos más importantes del día. Después de haber botado la basura, hay que volver a entrar a la casa, quitarse los zapatos de calle, ponerse los de casa, desinfectar la chapa de la puerta, lavarse y desinfectarse las manos y continuar con alguna otra tarea hogareña, no sin antes haber trapeado con detergente y desinfectante la entrada de la casa. Ufff ahora si a cocinar, comer, lavar ropa, guardarla, limpiar, hacer llamadas, leer, trabajar un poco, revisar papeles, organizar, en fin todo aquello que queda para después cuando llevamos una vida atareada y sin mucho tiempo.
Ahora hay tiempo para la familia, tiempo para compartir, para reflexionar. A pesar de que parece que el tiempo se hubiera estancado, las horas siguen pasando en ese reloj que como el mundo, no para de dar vueltas. Este no es un tiempo muerto, es un alto en el camino que ojalá sobrepasemos pronto y todo vuelva, no a la normalidad, porque lo que estábamos viviendo no era normal. Nos podíamos acercar, darnos besos y abrazos, pero no había el tiempo. Ahora que tenemos el tiempo no podemos acercarnos. Extrañamos esa calidez humana, pero esto es una lección que nos está enseñando a apreciar más esas pequeñas cosas que nos hacen la vida más feliz.
Esperamos que pronto llegue la vacuna y que podamos detener esta pandemia que ha azotado tan duro a la humanidad. Esperamos volver a tener celebraciones, sin tener que abrir un Zoom y acercarnos en la distancia, cada uno desde la sala de su casa. Es un aprendizaje y una gran lección para la humanidad. Por ahora a los chinos ni en el wan tong.