Este pomposo título solo será aplicado al análisis de unos pocos acontecimientos clave que suceden en el planeta tierra por las limitaciones de tiempo y espacio, naturales y culturales. Compartimos una etapa de la vida en la que estamos inundados de información contradictoria, conviviendo con lo que cada uno de los 7.600 millones de habitantes del globo terrestre creen que es real o imaginario, verdadero o falso, ocurrido o simulado. En esta nota solo se tratará de ofrecer el pensamiento del autor y que cada lector saque sus propias conclusiones.
Una noticia reciente informa que el Tribunal Internacional de La Haya (CPI) ha decidido comenzar el tratamiento de los supuestos excesos bélicos y de derechos humanos que el Estado de Israel ha cometido con los así llamados palestinos, concretamente los de la Franja Occidental y la de Gaza. Lo ridículo de esta decisión es que se admite la queja de una entidad, la palestina, que no es un Estado, contra otra entidad, Israel, que sí lo es. La incongruencia de este dictamen se manifiesta en que Israel es la única democracia ejemplar en el Medio Oriente, mientras que la Autoridad Palestina es una dictadura corrupta que subsidia a las familias de los terroristas. Lo grotesco sale a la luz cuando el Tribunal acepta como parte a los criminales usurpadores de Gaza, los terroristas del Hamas, los fundamentalistas de la Hermandad Musulmana, los lanza-morteros de la Jihad islámica y los degolladores del ISIS; todos ellos lanzadores persistentes y obsesivos de misiles y barriletes con fuego sobre civiles adultos y niños judíos.
Se trata de enjuiciar a las víctimas (los vecinos israelíes) con “pruebas” presentadas por los victimarios (los terroristas); al constantemente acosado por los acosadores, a los amenazados por los amenazantes. Repasemos un poco la identidad y las acciones de esta caterva de terroristas refugiados en Gaza. Ejercen la violencia y el terrorismo con la anuencia de las Naciones Unidas; promueven el racismo y el judenrein (libre de judíos); instalaron el fanatismo religioso islámico maltratando a las mujeres, a los gays y lesbianas (LGTB); depositan los misiles y lanzaderas en viviendas privadas, hospitales y colegios; enseñan a los niños a odiar y matar judíos con programas especiales de matemáticas, historia y geografía y mantienen adrede a los refugiados palestinos y sus descendientes en campos de concentración. El odio, la envidia y la muerte es la terrible alianza que se vuelve contra ellos.
Por el contrario, “Los Acuerdos de Abraham” han desarrollado una “media luna de paz por paz” entre Israel y los países Árabes, hasta hace poco inimaginable, que abarca desde los Emiratos del Golfo Pérsico hasta los países que bordean el mar Mediterráneo y llegan hasta el Océano Atlántico. Es improbable que el nuevo gobierno de los EE.UU con su Presidente Joe Biden intente desconocer una de las revoluciones geopolíticas más importantes de los últimos tiempos.
La República Islámica de Irán, perpetradora de innumerables atentados terroristas en el mundo, entre ellos los atentados de la Embajada de Israel en la Argentina y de la Mutual Israelita AMIA de Buenos Aires, seguramente ha tomado conciencia de la magnitud que tendría la reacción a sus peligrosas maniobras subversivas y apetencias regionales.
Es de suponer que Rusia, aliada de Irán pero de excelentes relaciones con Israel, invierte energías disuasorias para que la teocracia iraní no se precipite a una guerra que podría envolver a toda la zona y a sus adyacencias. A Irán solo le queda, por ahora, seguir vociferando su intención de destruir el Estado Judío y doblegar a sus acérrimos enemigos sunitas a la espera de volver con el Presidente Joe Biden al engañoso, peligroso y falaz pacto nuclear firmado por el Presidente Obama y suspendido por el Presidente Trump hasta que no se cambien las condiciones.