ND: El autor comparte ésta publicación con Hashavúa. Publicada originalmente en El Espectador.
Finalmente, tras cuatro elecciones en dos años, Israel tiene un gobierno encabezado por alguien diferente a Benjamín Netanyahu, quien estuvo al frente del ejecutivo por 12 años.
La coalición “toconbibi” asumió el mando bajo la dirección del nuevo primer ministro Naftaly Bennet.
Netanyahu deja un país en inmejorables condiciones económicas, diplomáticas y militares con importantes éxitos a su haber, incluyendo los acuerdos de Abraham, el reconocimiento de Jerusalem como capital por parte de Estados Unidos, un manejo ejemplar de la pandemia y una economía líder en innovación y tecnología, entre otros.
Ocho partidos de las mas diversas ideologías, desde la izquierda de Meretz y el laborismo hasta la derecha de Yamina -en hebreo significa derecha- de Bennet, partidos de centro y por primera vez un partido árabe de orientación islamista, conforman la más disímil coalición que se pueda armar en una democracia parlamentaria en el mundo. Izquierda y derecha en Israel hacen referencia a las posturas frente al conflicto con los palestinos. Con matices, los primeros propensos a compromisos territoriales, los segundos opuestos.
La nueva coalición de gobierno no adoptó postura alguna frente al conflicto palestino-israelí, no podría, lo cual es reconocer la realidad de que no hay condiciones para acometer ningún proceso de negociación en las actuales circunstancias regionales. Principalmente, por el lamentable estado del liderazgo palestino, dividido entre Fatah y Hamás, desgastado y sin proyecto político o nacional más allá de promover la deslegitimación de Israel.
El nuevo gabinete refleja la diversidad de la sociedad israelí. Una ministra de raza negra emigrada de Etiopia, ministra de emigración; el ministro de salud de izquierda, abiertamente gay; el primer ministro Bennett, religioso ortodoxo de derecha; su primer ministro alterno, Yair Lapid quien asumirá el cargo de primer ministro en dos años, laico secular; un árabe musulmán, ministro de desarrollo regional; y aun por nombrar un árabe miembro del partido islamista. Nueve mujeres de todas las corrientes religiosas e ideológicas hacen parte del gabinete.
Más allá de lo que une a este nuevo gobierno, sacar a Netanyahu de poder, hay oportunidades y enseñanzas para las democracias parlamentarios en estos tiempos de polarización en las sociedades libres: el hacer compromisos, dejar de lado posturas ideológicas y unirse con sus adversarios por una causa común. Difícil prever si este nuevo gobierno de Israel, una sociedad fraccionada en varias partes, religiosos y laicos, ultraortodoxos, emigrantes de diversos orígenes, árabes y judíos, derecha e izquierda, durará los cuatro años, pero el experimento es valioso y podrá tener éxito donde muchos le auguran fracaso. El arquitecto de este “Babel”, Yair Lapid, tendrá que “sacar muchos conejos del sombrero”, para mantener unida esta “coalición imposible”.