En nuestra niñez, los héroes llevaban capas, a veces antifaces de manera que pudiesen ocultar su identidad y con el uso de esas prendas adquirían poderes especiales. Con el correr de los años y quizá sin pensarlo mucho, nos parece normal que haya ciertas personas que tengan como profesión ser bomberos o paramédicos; podría agregar también a la policía (no siempre tienen que arrestar malhechores) quienes en momentos de sumo peligro muchas veces arriesgan sus vidas para salvar a un herido, recatar un animal en peligro o simplemente consolar a alguien que se encuentre abatido.
Afortunadamente también hay héroes vestidos de civil, quienes tienen otros trabajos y profesiones.
En un segmento de uno de mis programas favoritos: 60 minutos, hablaron de la diferencia del cerebro de un héroe de las demás personas. La “conexión de los cables” parece ser diferente y en el momento de actuar funciona de manera distinta. Ellos no miden el peligro: entrevistaron a dos de ellos, ambos salvaron niños en peligro y agregaron que lo volverían a hacer.
Permítanme entonces compartirles una historia que no hubiese compartido, a no ser por el programa:
Hace muchos años, cuando aún vivíamos en Bogotá, en la calle 100, si mal no recuerdo, mis hijos y yo salimos a comprar las monitas que en ese entonces estaban de moda: “amor es…” De regreso de la tienda mi hija caminaba entre el pasto que estaba alto y de pronto desapareció… una alcantarilla abierta.
La vi acurrucada, contra la pared. ¡Qué suerte, no había agua!, solo un montón de barro maloliente. Quedé colgando de la cintura y caí de cabeza. La alcé para subir por las barras que hacen de escalera. De pronto alguien que seguramente me vio caer, paró el carro y nos ayudó a salir.
(Me pregunto, cuantas otras personas pudieron no correr con mi suerte, debido a la negligencia de las autoridades de la ciudad.)
Un poco atolondrada y con la gente curiosa que se juntó, no les vi, ni agradecí pero nunca los he olvidado: ellos son mis héroes.
**Nota al margen y a propósito de Janucá. Les recomiendo el libro de Howard Fast: “Mis gloriosos hermanos”.