La concentración de tropas rusas en la frontera con Ucrania -se habla de más de 120.000 hombres- y el envío de fuerzas militares a Kazajistán para apuntalar al gobierno del cuestionado presidente Kasim-Yomart Tokáev, que resiste una oleada de protestas debido a la decisión de subir el precio del gas, demuestran el interés que sigue teniendo Rusia en controlar e influir sobre su periferia, es decir, sobre lo que fueron los territorios que un día formaron la extinta Unión Soviética. El presidente kazajo ha llamado a “tirar a matar sin preguntar” contra sus oponentes.
Rusia aceptó regañadientes y casi considerándolo una traición que antiguas ex repúblicas soviéticas, como Lituania, Letonia y Estonia, se integraran en la Unión Europea (UE) y la OTAN. La disolución de la Unión Soviética, en 1991, generó una cascada de guerras civiles, conflictos étnicos y desorden social y económico, un contexto que Rusia aprovechó para extenderse territorialmente a costa de sus nuevos vecinos. Había comenzado la expansión rusa basada en un nuevo neoimperialismo reactualizado a los nuevos tiempos postsoviéticos.
Cuando estalló la guerra civil en Moldavia, entre el gobierno de Chisinau y las milicias separatistas de Transnistria, Rusia apoyó descaradamente a los secesionistas y fomentó la creación de una entidad ilegal en la región recién “independizada” con la ayuda del XIV Ejército ruso. La situación de Transnistria se ha mantenido desde 1992 inalterable y todas las tentativas de búsqueda de una solución política entre las partes han fracasado, en gran medida porque Rusia quiere mantener su papel de mediador y evitar, a toda costa, la entrada de este país en la UE.
Después, entre 1992 y 1993, la región de Abjasia se levantó en armas contra Georgia, en una mini guerra civil que perdieron los georgianos, costó miles de vidas -algunas fuentes hablan de hasta 40.000 víctimas, sobre todo civiles-, provocó miles de refugiados y la destrucción material y económica de un país ya de por sí muy depauperado. Las consecuencias fueron desastrosas para Georgia, que un año antes, bajo presión de Rusia, tuvo que aceptar la secesión de otra de sus regiones, Osetia del Sur, que intentó arrebatar, en el año 2008, en una guerra fallida contra las milicias osetias armadas y apoyadas por los rusos. En otra guerra más perdida por los georgianos, finalmente la Federación Rusa, de la mano de su presidente, Vladimir Putin, reconoció como “estados independientes” a Osetia del Sur y Ajbasia, regiones que al día de hoy siguen bajo la órbita rusa.
Ucrania también ha sufrido las apetencias territoriales rusas, cuando en marzo del 2014 Rusia apoyó un proceso de secesión de Crimea para, a renglón seguido, declarar oficialmente su anexión, en una acción tan súbita y rápida que dejó desconcertadas y casi sin capacidad de maniobra a las autoridades ucranianas. Sin embargo, en esta ocasión, a diferencia de las anteriores veces, había algunas razones de peso que justificaban la anexión, en tanto que el territorio había sido entregado de una forma dudosa a Ucrania en tiempos soviéticos, en 1954, y que casi el 60% de la población era de origen ruso. Pese a todo, la violación del derecho internacional es evidente por parte de Rusia y ningún país del mundo ha reconocido tal anexión, considerada ilegal por la comunidad internacional.
Mención aparte, porque daría para una nota mucho más amplia, es la situación en el Donbás, una región que se ha levantado en armas contra el gobierno de Kiev y que resiste numantinamente a merced del descarado apoyo de Rusia a su causa, en una guerra que ya ha causado 14.000 y que desangra a Ucrania desde hace ocho años.
Acuerdos políticos y diplomáticos con el mundo postsoviético
Aparte de todos estos movimientos en clave militar, Rusia también ha trabajado muy activamente por la vía política y diplomática para fortalecer sus lazos en todos los terrenos con la antaño periferia soviética. El 2 de abril de 1997, en Moscú, los presidentes de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, y de Rusia, Vladimir Putin, firmaron el Tratado de la Unión de Bielorrusia y Rusia, desde aquel entonces ese día se celebra como el día de la unidad de los pueblos de ambos países.
Otra iniciativa política de Moscú tras la disolución de la URSS ha sido la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), que es una alianza militar que se rige por el Tratado de Taskent de 1992 y que entró en vigor en 1994. La estructura constituye un sistema de defensa colectiva integrado por Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Rusia y Tayikistán, y un contingente combinado de fuerzas pacificadoras de 3.600 tropas. Kazajistán, envuelta en su crisis actual, justifica la llegada de un contingente ruso a su país para reprimir las protestas contra su gobierno en virtud de este tratado conocido por sus siglas, OTSC.
En la misma línea de utilizar el palo y la zanahoria, Moscú ha apoyado activamente la creación de la Unión Euroasiática, que es un proyecto de integración económica y política de derecho basado en la Unión aduanera de Bielorrusia, Kazajistán y Rusia. Armenia y Kirguistán fueron los dos últimos países procedentes de la extinta URSS en adherirse a dicho espacio político y económico todavía en ciernes pero en marcha.
Intervención en Kazajistán, presencia militar en Armenia
Ahora, la crisis de Kazajistán contiene nuevos elementos novedosos en la región, tal como señalaba con agudeza un reciente editorial del diario español El País: “En el ámbito internacional, por primera vez la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), formada por Rusia y cinco países (Kazajistán, Kirguizistán, Tayikistán, Armenia y Bielorrusia), envió tropas para satisfacer la demanda de auxilio de uno de sus miembros en virtud del tratado que los obliga a prestar ayuda en caso de agresión contra la seguridad, la estabilidad, la integridad y la soberanía del país solicitante. La breve operación de la OTSC en Kazajistán permite a Moscú exhibir un mecanismo de intervención militar y policial en un momento muy delicado en Asia Central. La retirada de EE UU y sus aliados de Afganistán ha agudizado el sentimiento de vulnerabilidad de los regímenes represivos y cleptómanos de la zona ante una brecha potencialmente desestabilizadora en sus fronteras. Rusia tiende una mano a líderes y ciudadanos de los países solicitantes a cambio de un precio, aún por definir, en términos de lealtades y prioridades”.
En lo que respecta a Armenia, hay que reseñar que este pequeño país, “atrapado” entre Turquía y Azerbaiyán, sus sempiternos enemigos, es el más dependiente de Rusia en este momento y tiene importantes lazos políticos, económicos y militares con Moscú, incluyendo una base militar en la ciudad armenia de Gyumri. Rusia ya ha advertido que, llegado el caso de extenderse el conflicto de Nagorno Karabaj, que se disputan Armenia y Azerbaiyán, saldría en defensa de su aliado armenio en virtud de un tratado de amistad y cooperación que firmó con Armenia en 1997.
La reciente guerra entre Armenia y Azerbaiyán a causa de Nagorno Karabaj, en el año 2020, concluyó con una rotunda y contundente derrota de los armenios, que perdieron una buena parte de los territorios conquistados a los azeríes en la guerra de 1991 entre ambos países y tuvieron que entregar aldeas y pueblos poblados por los armenios durante siglos. La superioridad militar de Azerbaiyán, que utilizó drones y armamento de última generación proporcionado por Israel, Rusia y Turquía, fue la clave para la derrota de los armenios a manos de los azeríes. Rusia y Turquía se convirtieron en los garantes de los acuerdos de paz firmados por los dos países para poner fin a la guerra, en un acuerdo histórico que permitió a Moscú establecer una base militar en el mismo corazón de Nagorno Karabaj para supervisar los acuerdos y permitir la comunicación entre Armenia y los ya escasos territorios retenidos por los armenios en la región. El hecho, en sí mismo, es un hito, pues significa, de facto, la presencia de fuerzas rusas en un país de influencia túrquica y ligado, por razones históricas, con Ankara y sella, definitivamente, la dependencia política y militar de Armenia a Moscú quizá por años, sino décadas.
Para concluir, y respondiendo a la pregunta que encabeza esta nota, podemos asegurar que más allá de las turbulencias actuales entre Rusia y Ucrania, pero también entre Moscú y Occidente por la coyuntura que atraviesa la frontera ruso-ucraniana, se puede decir que la diplomacia rusa pretende evitar a toda costa que la OTAN y la UE sigan extendiendo sus fronteras hacia zonas que considera de su absoluta incumbencia. Rusia ya ha anunciado que se opone a nuevas ampliaciones de la OTAN, y menos que acaben incluyendo en el futuro a Georgia y Ucrania. Moscú también se opone a que los occidentales se sigan metiendo en sus “asuntos internos”, tales como las violaciones de los derechos humanos y su apoyo a numerosas dictaduras en todo el mundo, como está ocurriendo ahora en Kazajistán.
Rusia, siguiendo la tradición imperial de los zares rusos de los siglos XVIII y XIX, reconstruye su imperio a base de sustraer territorios en su periferia, que considera sujeta a una suerte de doctrina de la soberanía limitada de sus vecinos, en una reactualización de la doctrina Breznev, en la que se sostenía que, en virtud de la "solidaridad socialista internacional", la URSS tenía el derecho de intervenir en los asuntos internos de cualquier país socialista si optaba por reformas que pusieran en peligro el régimen comunista. Ahora Rusia invoca, de una forma u otra, esa misma doctrina y se cree con el derecho de intervenir en los asuntos de sus vecinos e incluso ocuparles algunos de sus territorios.