Murió en su ley, seguramente planeando como responder a la operación “bíper” una de las más brillantes de la inteligencia moderna, seguida de la operación “walkie talkie”, las que dejaron un numero incierto de víctimas mortales y mutilados en las filas de Hezbollah, entre ellos decenas de sus comandantes. Hassan Nasrallah, terrorista de terroristas con sus manos llenas de sangre judía, musulmana, y cristiana, fue dado de baja en un osado operativo de la Fuerza Aérea de Israel en su bunker, estratégicamente ubicado en el sótano de un edificio de apartamentos, plenamente identificado por la inteligencia israelí al igual que las horas de reunión de los lideres de su organización.
Nasrallah llegó a la cúspide de Hezbollah en 1992, tras la eliminación de su antecesor, Abbas al-Musawi, quien fue abatido por un caza israelí mientras viajaba en su vehículo particular. En respuesta, Hezbollah llevó a cabo dos atentados terroristas en Argentina: el primero en 1992 contra la embajada de Israel y el segundo, dos años más tarde, ayudado por Irán, contra la AMIA, sede de la comunidad judía argentina, que dejó un saldo mortal de 85 fallecidos. Nasrallah convirtió a Hezbollah, armada, entrenada y financiada por Irán en un ‘Estado dentro del Estado’, al servicio de los intereses geoestratégicos de Teherán, incumpliendo dos resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: la 1559 de 2004, que estipulaba su completo desarme y la 1701 de 2006, que ordenaba mantenerse al norte del río Litani.
Ya en 2006, Hezbollah había iniciado una guerra con Israel, de la cual Líbano llevó la peor parte, pues la organización está dispuesta a sacrificar al Líbano y a los libaneses para cumplir los dictados del régimen iraní. Esta organización fue responsabilizada del asesinato del primer ministro Rafik Hariri, a quien se atribuye la reconstrucción del Líbano tras la guerra civil (1975-1989). Durante la guerra civil en Siria, Hezbollah intervino del lado de Bashar al-Asad, responsable de la muerte de más de seiscientos mil sirios y el desplazamiento de más de 12 millones. Esta intervención generó protestas en el Líbano, incluso entre la población chiita, que veía cómo sus hijos iban a morir por una causa ajena.
Desde el pasado 7 de octubre, Hezbollah, en ‘solidaridad con Gaza’, ha lanzado más de 9 mil misiles y drones a Israel, lo que obligó al Estado Judío a evacuar a unos 80,000 residentes del norte para alejarlos de los proyectiles y de una posible incursión de Hezbollah, similar a la de Hamas de octubre de 2023. Israel y Líbano no tienen conflictos pendientes, pero el colapsado Estado libanés es incapaz de frenar los ataques de Hezbollah, el más importante proxy de Irán en ese ‘eje de resistencia’ cuyo único objetivo es destruir al Estado de Israel.
Israel ha sido el Estado agredido y tiene derecho pleno a su legítima defensa.
Ahora que Nasrallah está muerto junto con varios de sus comandantes y que Hezbollah ha sufrido significativas perdidas en equipos y hombres y lo que falta con la anunciada incursión terrestre de Israel al sur del Líbano para alejar a la milicia chiita de la frontera, se podría abrir una oportunidad para el Líbano, una segunda oportunidad sobre la tierra, para recuperar el país, liberarlo de las garras de Irán. Fácil no será, posible quizás, de lo contario, la próxima guerra será cuestión de tiempo.
Para aquellos que tanto hablan de “desescalar”, en el Medio Oriente en muchas ocasiones para desescalar hay que escalar. Esperar que esta nueva ronda entre Israel y Hezbollah concluya pronto con la retirada de la organización de la frontera y el retorno de los israelíes desplazados de sus hogares.