Los graves acontecimientos sucedidos en la ciudad de Paris, a la que los criminales islamistas llaman “Ciudad del pecado” y “Capital de las abominaciones y de la perversión”, deben alertar a toda la humanidad civilizada.
Más allá de las declaraciones de guerra emitidas contra el terrorismo del ISIS por François Hollande, Presidente de Francia, las grandes potencias deberían obligarse a consolidar la búsqueda, ubicación y destrucción de los criaderos donde se engendran las víboras asesinas, no solo los del ISIS, sino también los de AlQaeda, los Talibanes, el Hamas, Hezbollah y las decenas de organizaciones islamistas cuyas células, dormidas y activas, están distribuidas en el mundo.
En los semilleros de terroristas se inculca el odio a la libertad, al goce de la vida, al ocio y a la risa, pretendiendo anular la laicidad y la individualidad para imponer una religiosidad fanática colectiva, vil y destructiva.
Ya en 1765 decía Voltaire: “Quienes te convencen de cosas absurdas pueden hacerte cometer atrocidades”.
Sin la decisión de destruir los semilleros y criaderos islamistas tendremos que soportar el yijadismo por mucho tiempo más.