Nuevamente el vil terrorismo se ha presentado con todas sus credenciales en Londres, en el mismo centro político de la ciudad Capital de Gran Bretaña que, con el Brexit, intenta alejar de sus fronteras a los posibles elementos contaminantes que provocan estas desgracias.
Ante la evidencia de sus continuas derrotas en el campo militar tradicional como sucedió con AlQaeda en Afganistán y está sucediendo actualmente con el Califato Islámico en Irak y Siria el terrorismo islamista ha desarrollado mecanismos y estrategias diversas de Low tech, es decir de bajo costo o baja intensidad, donde los instrumentos y objetivos están cambiando.
Henry Kissinger decía, parafraseando a Von Clausevitz, que “un ejército pierde si no gana, pero una guerrilla gana si no pierde” refiriéndose a la guerra de Vietnam.
Hoy el terrorismo siempre gana pues expande globalmente el terror con solo efectuar un ataque, ya sea organizado como los de Paris a la revista Charlie Hebdo y el mercado Kasher (07-01-2015), o el de Bataclán (13-11-2015) con seis atentados que dejaron 137 muertos y 415 heridos, o el que ejecutaron 2 hombres en una Parroquia de Francia (26-07-2016) degollando al sacerdote de la misma a la vista de los fieles y rehenes que lo rodeaban.
Mientras los ejércitos requieren de miles de millones de dólares para poder funcionar, los islamistas solo necesitan camiones como en Niza (14-07-2016) o Berlín (19/12/2016); valijas con explosivos como en Bruselas (22-03-2016) o automóviles y/o cuchillos como en Jerusalem, Gush Etzion o Tel Aviv.
La orden estratégica criminal puede partir de un yihadista militarizado como lo fue Ben Laden en el pasado y un integrista con pretensiones de Califa como lo es Al Bagdadi en el presente o de uno de los miles de fundamentalistas que utilizan el verbo para desvirtuar las enseñanzas del Corán, inoculando en las jóvenes neuronas de sus seguidores impulsos asesinos con el fin de cometer atrocidades.
Como los campos de batalla abierta se están reduciendo cada vez más, los islamistas han perfeccionado la utilización de “franquicias” (Europa, es una de ellas), “sucursales” (Somalia, entre varias), “santuarios” (hasta hace poco Turquía) y “redes sociales” (que usan los así llamados lobos solitarios). Cualquier grupo o individuo se apropia de alguna de estas formas o modalidades y pone en marcha estrategias y tácticas acomodadas a sus propias posibilidades.
El proceso de adoctrinamiento de este ejército de potenciales terroristas no está basado en una sola metodología sino tiene variadas motivaciones, una de las cuales puede comenzar desde la niñez, prosigue durante la pubertad y lo terminan de plasmar en la juventud en las escuelas, colegios, colonias de vacaciones, campos de entrenamiento militar e inclusive en las Universidades. Otra de las fuentes que alimentan yihadistas proviene de la marginalidad y la pobreza en la que viven millones de musulmanes en Asia, África y en los propios “guetos” de inmigrantes y refugiados en varios países de Europa.
Como sostenía con audacia la recordada Oriana Fallaci y lo continúa actualmente la brillante Pilar Rahola (“¡Basta”! RBA libros) no estamos como decía Samuel Huntington en un “Choque de Civilizaciones” sino en uno de los momentos de la humanidad de “Civilización y Barbarie”.
Y los bárbaros de la ideología islamista, entre ellos el ya fallecido Abu Al-Adnani, vocero y jefe de propaganda de Al Bagdadi, o sea el Joseph Goebbels del Califato Islámico, había ordenado a sus “soldados” enfrentar a los “infieles” con las armas que tuvieran al alcance de sus manos y siguiendo estas instrucciones:
“1. Seleccionar al infiel;
2. Golpearlo en la cabeza con una roca;
3. Asesinarlo con un cuchillo;
4. Degollarlo;
5. Decapitarlo;
6. Chocarlo con automóvil o camión;
7. Estrangularlo;
8. Envenenarlo.”
Será muy difícil combatir esta nueva estrategia de la “guerra yihadista” que, como con el cáncer, habrá que estar siempre listos y, eventualmente, afrontar los inevitables ataques que se vayan produciendo.
Pues el actual mundo civilizado de los “derechos humanos” se ha resignado a no tomar medidas más drásticas que permitan cortar de raíz el origen de esta deformación, que el famoso cineasta Ingmar Bergman denominara “El huevo de la serpiente”, cuyo costo para aplastarlos (al huevo y a la serpiente nazi y fascista), se pagó con 50 millones de seres humanos muertos, entre ellos 6 millones de judíos, de los cuales 1 millón fueron niños.
CABA, Marzo 24 de 2017