2024-11-22 [Num. 1010]


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Columnistas  - Halajot en la Actualidad

Rav Daniel Shmuels

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Por Rav Daniel Shmuels
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Rav Daniel Shmuels nació en Bogotá, Colombia. Psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia, psicoanalista del Lacanian School of Psychoanalysis e hizo sus estudios rabínicos en el Rabbinical College of America. Fue First Assistant Rabbi para Ohev Shalom al igual que para el Chief Rabbinate of Florida. Fundador del Beit Din of South Florida, miembro de los Batei Din of America. Tradujo y editó el libro “Bienvenido al Judaísmo: Una Guía al Judaísmo Básico y la Conversión Judía Ortodoxa”. Actualmente es el Head Rabbi de la Keilá The Private Shul of South Florida.

La necesidad de una sinagoga

2019-02-06

Mechitzah

El concepto del judío solitario o aislado es un concepto completamente foráneo dentro del judaísmo. La Torá y la Halajá hacen hincapié constantemente en la necesidad de un pueblo unido, un solo pueblo, donde todos juntos hacemos las veces de uno. Nuestros sabios, a lo largo de la historia, han reconocido y enfatizado la importancia de una vivencia comunitaria del judaísmo, más no en una vivencia individual de aquello que alguien puede pensar que el judaísmo debe ser. El judaísmo va más allá de un concepto narcisista individual en donde al contrario de tal proceder erróneo, uno es parte de todos y todos somos parte de uno. En nuestros días, cuando nos enfrentamos con tantas diferencias e ideologías separatistas e individualistas, el concepto dentro del judaísmo que logra combatir este comportamiento inapropiado con mayor eficacia es sin lugar a dudas el de la sinagoga.

La Parshá de esta semana nos enseña: “Contruyan un Santuario para Mí y yo moraré entre vosotros” (Ex 25:8). Esta es la base para que en el desierto construyéramos el Mishkán (Tabernáculo) y posteriormente el Beit HaMikdash (Templo) en Israel; ambos, ejes centrales dentro de la vida comunitaria religiosa judía de los hijos de Israel. Ya sin Mishkán, ya sin Beit HaMikdash, surge entonces la posibilidad de tener un lugar destinado específicamente para que el Todopoderoso yazca entre todos nosotros; a saber, la sinagoga. De hecho, el Talmud en la Masejta (sección) de Meguilá 29a nos asegura que las sinagogas son consideradas como pequeños santuarios. Es decir, hoy en día son las sinagogas las que representan esa posibilidad para nosotros; por ende, es necesario que toda comunidad tenga un lugar destinado específicamente para este objetivo y así mismo es necesario que todo judío pertenezca y participe activamente dentro del marco de una sinagoga.

Es bastante importante subrayar que el versículo anterior no dice “que una persona construya un santuario para que yo more en él”. Aquí el énfasis está en el plural, en que todos debemos construir y entonces el Creador yacerá entre todos nosotros como si todas las almas de Israel fuesen una sola. El asunto es que todos estemos juntos en la labor diaria de ser judíos y no en ser satélites independientes perdidos en el espacio. Dentro del espectro Halájico, el primer deber surge en el momento donde hayan más de diez hombres mayores de la edad de Bar Mitzvá en una agrupación de judíos. De acuerdo al Shulján Aruj (código de Ley judía) en Oraj Jaim 150:1 y la Mishná Brura (enseñanza clarificada), Simán (capítulo) 150, aquí surge la obligación y necesidad de conformar una comunidad con la indiscutible responsabilidad de construir una sinagoga. 

La Halajá hace hincapié en varios aspectos logísticos que se deben tener en cuenta para la construcción de una sinagoga y que en último análisis apuntan a la esencia del concepto que el versículo de la Parshá expresa sobre la labor judía religiosa comunal. El primero de estos aspectos apunta al hecho de construir una sinagoga, construcción que debe ser llevada a cabo por todos sin excepción alguna. Entonces nos dice el Mejaber que técnicamente la construcción de una sinagoga debe ser financiada por todos los miembros de la misma; empero, debido a que cada miembro debe dar de acuerdo a su posibilidad económica, está permitido que un miembro done a la comunidad tanto el terreno como la edificación; sin embargo, bajo ninguna circunstancia puede el donante reclamar pertenecía absoluta o mayoritaria de la sinagoga por cuanto debe ser una donación a la comunidad. Así mismo, está permitido que un miembro de la comunidad otorgue temporal o permanentemente un local para este propósito sin que la comunidad se vea comprometida en su devenir por dicho préstamo. En el dado caso que la comunidad no tenga la posibilidad de adquirir una edificación, es necesario que se arriende, con el esfuerzo de todos, un lugar específico que pueda prestar los servicios de una sinagoga. Este es un proceder que muchas micro comunidades llevan a cabo alrededor del mundo.

En el caso que un miembro ya no viva en una comunidad pero que igualmente desee contribuir a la construcción, desarrollo y éxito de la sinagoga o de cualquier institución comunitaria a la cual perteneció anteriormente, entregando una donación en nombre suyo o de su familia, es considerado Halájicamente uno de los méritos más grandes que puede alcanzar un judío; esto, de acuerdo a la opinión del Rambam expresada en su Mishná Torá en Hiljot Matanot Aniyim (Leyes para dar a los menos favorecidos) y la de nuestros Poskim (legisladores) actuales por cuanto muestra la bondad y amor por la comunidad que una vez fue la suya, por más que físicamente el donante ya no pueda vivir su cotidianidad ni hacer parte activa para el desarrollo espiritual de la misma.

De cualquier forma, la sinagoga no sólo es la construcción física de un edificio y su configuración práctica sino también la participación activa de sus miembros dentro de las actividades cotidianas de la misma, tal como nos lo enseña el Jafetz Jaim en su Mishná Brura al introducir este tema. En resumen dice, carece de todo sentido tener miembros en una comunidad que hagan donaciones para la (construcción y continuidad de la) sinagoga pero su presencia activa dentro de la vida de la misma es ninguna. De acuerdo a esta opinión la única excepción es la mencionada anteriormente.  

El motivo es simple, la idea de una sinagoga está en su nombre mismo en hebreo, nombre que contiene el espíritu del versículo ya mencionado; a saber, Beit Keneset (casa de reunión), el objetivo final de esta edificación es que todos los judíos nos podamos reunir en este lugar para rezar, estudiar y compartir con los miembros de la comunidad y sus invitados. En pocas palabras, es un lugar para que todos nosotros, todos los judíos, santifiquemos el nombre de Dios. El objetivo en este punto en particular no es construir un lugar para que los demás estén allá y hagan sus cosas allá y yo siga por mi camino en tanto sigo perteneciendo a una comunidad a la cual dono pero cuyas actividades y exigencias excluyo de mi vida cotidiana.

Es por ello que el Jafetz Jaim enseguida enfatiza la importancia de tener una comunidad fuerte, unida y responsable. Es decir, la responsabilidad de construir una sinagoga no sólo es donar para que exista físicamente sino participar de su vida cotidiana para que también exista espiritualmente y así logre su objetivo de reunirnos a todos bajo un mismo techo y con un mismo objetivo; a saber, para que el Eibishter esté permanentemente entre y con nosotros. 

Al parecer, dentro del mundo laico y en muchas de nuestras comunidades actuales surge una balanza imaginaria inexistente a nivel Halájico entre donar y no participar en ninguna actividad religiosa de la vida de la sinagoga. Tal suposición es una contradicción en los términos. La ecuación de donar para construir o permitir el desarrollo de una sinagoga y por consiguiente no tener el deber religioso de asistir a ella es total y absolutamente absurdo, aparte de no existir en ningún registro Halájico a lo largo de nuestra historia. El falso concepto del que peca y reza empata ni siquiera puede ser considerado en este contexto porque efectivamente dicha persona no está yendo a la sinagoga a rezar para exaltar el nombre de Dios en público junto a los demás judíos. Menos aceptable es el caso de aquel judío que, teniendo la posibilidad económica, paga una membresía a una sinagoga considerándola Tzedaká (caridad) para no dar ningún tipo de donación adicional para la comunidad e igualmente no asistir a ella en su diario vivir. Estos conceptos son el opuesto contrario de lo que la Parashá nos está enseñando en esta ocasión. 

Para finalizar, cabe anotar que la Halajá no discrimina frente a donaciones que pueden ayudar al progreso del judaísmo, bien sea para sinagogas, centros de estudio, hogares de retiro, etcétera, aún cuando los donantes nunca hagan parte de la cotidianidad de dichas instituciones. Sin embargo; en el caso particular de una sinagoga, es fundamental que todos los miembros de la comunidad sean partícipes activos de ella y es la responsabilidad de los líderes religiosos enfatizar en dicho aspecto. En pocas palabras se puede decir que una comunidad necesita una sinagoga tal como un judío necesita de ambas para llevar a cabo apropiadamente su judaísmo.



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