Mesirat Nefesh es una Halajá en hebreo que literalmente significa sacrificar la carne (de uno mismo); es decir, sacrificio propio o sacrificio del alma o cualquier otro conjunto de palabras que describan el acto de quitarse la vida en pro de un ideal superior a uno mismo. Esta Halajá es bastante compleja y sensible; por lo cual, es necesario entenderla desde todos sus posibles aspectos. Por consiguiente, este principio Halájico no debe ser tomado como algo superfluo en donde los impulsos humanos son los que dictaminan el devenir sino al contrario, es un análisis profundo y detallado el que puede presentar la respuesta adecuada.
De cualquier forma, para entender el término Halájico como tal es necesario nombrar su opuesto contrario; a saber, Pikuaj Nefesh (preservar la vida humana). La idea del Pikuaj Nefesh es preservar la vida a toda costa inclusive si ello implica romper las leyes de Shabat, Kashrut o cualquier otra ley de la Torá o de los rabinos. Este principio es conocido en el mundo Halájico como “Yahavor VeAl Yehareg” (transgrede y no mueras); sin embargo, hay instancias en las cuales es necesario sacrificar el alma. Es ahí donde el concepto de Mesirat Nefesh aparece.
Las tres instancias que la Halajá nos enseña por las cuales debemos morir antes de llevarlas a cabo son; a saber, asesinar, actos sexuales inapropiados e idolatría. Esos son los actos bajo los cuales debemos llevar a cabo Mesirat Nefesh y ningún otro. Eso de cometer Mesirat Nefesh para que llegue el mesías más rápido o porque el Rebbe Satmar se fue a visitar Israel hace un par de semanas no es bajo ninguna circunstancia considerado Mesirat Nefesh; por el contrario, cae en el absurdo y sin sentido del extremismo sin base.
Actualmente, nos encontramos a unos días de iniciar nuestra muy alegre e iluminada festividad de Jánuca. Una de las tantas historia que relatamos es la historia de Jana y sus siete hijos. Esta historia la encontramos en el Talmud Babli, en la Masejta de Guitín 57b, igualmente se puede encontrar en otras fuentes apócrifas e históricas donde el nombre de la madre no es Jana sino Miriam o Mariam o incluso no tiene nombre. No sólo nos cuenta esta historia las atrocidades que tuvimos que sufrir como pueblo bajo el mandato de los seléucidas sino que nos presenta el ejemplo perfecto para ilustrar la diferencia entre Pikuaj Nefesh y Mesirat Nefesh.
Se nos relata que Filipo, gobernador de Judea, estaba reforzando los edictos de Antioco Epifanes IV, rey del imperio, de manera drástica para que ningún habitante observara la Torá. Su labor lo llevó a tomar prisioneros a los judíos que se rehusaban a abandonar las sagradas prácticas de nuestra Torá. El primero de ellos fue el sabio y entonces Cohen Gadol, Eleazar, quien decidió tomar el camino de Mesirat Nefesh antes de abandonar su devoción al único Dios del mundo. Poco después, Jana y sus siete hijos fueron arrestados.
Antioco escucha de los eventos que están sucediendo en Jerusalén y decide tomar parte activa en dicho proceso, el de reforzar sus decretos, motivo por el cual Jana y sus hijos son llevados frente al él. En este punto el rey les exige a los hijos de Jana, uno a uno, que coman cerdo, frente a lo cual todos se abstienen y prefieren el camino de la tortura y eventual muerte con tal de ser fiel a la sagrada Torá de su Dios. En última instancia todos son asesinados y Jana se lanza a su muerte junto con sus hijos.
He aquí el problema, anteriormente se mencionó que se podía romper cualquier ley del judaísmo para mantener la vida siempre y cuando no incluyera ninguna de las tres excepciones por las cuales se debe morir. En nuestro relato, el rey les exige comer cerdo para abandonar su judaísmo, eso va en contra de nuestras leyes de Kashrut más no contra ninguna de las otras tres. Entonces, ¿por qué decimos que esta historia de Jánuca nos ejemplifica Mesirat Nefesh cuando al parecer pudieron haber sobrevivido tal como lo propone Pikuaj Nefesh?
Pues bien, el proceder de Jana y sus siete hijos efectivamente es de Mesirat Nefesh. En este caso, el asunto gira en torno al concepto de idolatría. Por un lado, aunque irrelevante para el caso Halájico, el rey se consideraba a sí mismo como un dios y tenía estatuas suyas por todo el imperio para que sus súbditos se arrodillaran ante él. Por otro, el hecho que la Halajá exige que uno entregue la vida si una persona es obligada a romper la ley por el simple hecho de profanar la Torá. Ese acto es Halájicamente considerado idolatría. El que Piluní obligue a Siluní a profanar la Torá porque se le viene en gana es una forma de idolatría.
He aquí un ejemplo que clarifica la situación: Si un gobernante no judío le exige a un judío que le cocine una comida en Shabat, el judío está obligado a profanar y romper el Shabat en lugar de ser asesinado. Ahora bien, si el gobernante no judío le exige al judío que le cocine una comida en Shabat, no para su beneficio, sino sólo con el fin de hacer que el judío profane el Shabat; entonces, se exige que entreguemos nuestra vida antes de profanar el nombre de Dios, lo cual es idolatría.
En el caso de Jana y sus siete hijos, ellos fueron obligados a comer cerdo con el fin de profanar la Torá, más no porque el rey fuera a obtener un beneficio físico personal inmediato. En pocas palabras, al hacer Mesirat Nefesh, Jana y sus siete hijos santificaron el nombre de Dios en público siendo esa es la finalidad de este principio.