Cuando pensamos acerca de las prácticas religiosas del Israel bíblico, pensamos principalmente en el Templo de Jerusalén; específicamente, lo que el Tanaj y el Talmud nos relatan del mismo. Poco pensamos en los diferentes templos que se erigieron antes y durante la existencia del Primer Templo. La verdad es que a lo largo de todo el reino de Israel se construyeron diferentes templos que dirigían su culto al único Dios de Israel.
Lo particular de estos templos menores es que recientemente se nos ha propiciado información específica acerca de las prácticas rituales de, por lo menos, un pequeño templo al sur de Jerusalén. Se trata de la excavación de los años sesenta de un santuario en el desierto de Neguev, en una localidad conocida como Tel Arad. En su momento, la excavación se enfocó en la gran similitud que el pequeño templo tenía con la descripción que Melajim I, capítulo 6, hace del Primer Templo construido por el rey Salomón.
En el pequeño santuario, dentro del Kadosh Kadoshim (Santu Santorum) se encontraron dos altares, uno mayor y uno menor, con residuos de sustancias que, a pesar de estudios realizados, no arrojaron ningún resultado concluyente. He aquí lo interesante, un nuevo análisis de las sustancias en los altares, publicado este año, arrojó un resultado asombroso; a saber, la sustancia del altar menor contenía tetrahidrocanibol (THC), canabidiol (CBC) y canibol (CBN), conocido científicamente como cannabis. En pocas palabras, en las prácticas rituales de este santuario se hacían ofrendas de marihuana.
Pero, ¿qué relevancia tiene que un santuario de Israel antiguo hiciera ofrendas de marihuana si al fin de cuentas no es un hallazgo sobre el Templo de Jerusalén? Pues bien, la relevancia es bastante grande por varios motivos. El primero yace en que nuestra Halajá prohíbe el uso de sustancias psicoactivas para entretenimiento o para cualquier otra actividad incluyendo, trabajo, ejercicio y devoción porque ellas van contra nuestra salud mental y física. De hecho, el Rambam habla extensivamente de esto en su Mishná Torá y en sus Tratados Médicos. Por su parte, el Mejaber asume la misma posición Halájica. Aparte de ello, la conexión temporal a nivel de praxis del Primer Templo con el pequeño santuario y la gran duda que puede surgir después de este descubrimiento sobre la inhalación del cannabis para efectos rituales.
Un dato importante a recalcar es que en el altar mayor del pequeño santuario se encontraron residuos de franquesine, un incienso nombrado en el Tanaj como parte fundamental en las ofrendas que se hacían en el Templo. Esta es la primera vez que tenemos evidencia científica y arqueológica que dicha práctica existía. Aspecto que en última instancia ratifica que efectivamente las ofrendas de incienso se llevaban a cabo como parte del ritual religioso en Israel antiguo. La pregunta ahora es si la marihuana también lo era en general y qué consecuencias puede ello traer para el judaísmo. Pues bien, ni el Tanaj ni el Talmud la mencionan, ni siquiera como hashish, nombre que se le adjudicaba a esta planta en algunas instancias de la literatura rabínica.
Si bien no tenemos acceso a objetos sagrados de los rituales de ninguno de ambos Templos de Jerusalén que nos pueda verificar el uso de tal o cual sustancia, lo particular del pequeño templo de Tal Arad es que su existencia está ubicada entre el noveno siglo AEC hasta el inicio del sexto siglo AEC, momento en el cual los babilonios invadieron Judea y destruyeron el Primer Templo; es decir, ambos existieron en la misma época. Esto resulta importante porque en la época era necesario importar tanto franquesine como marihuana a costos muy elevados y requería el respaldo de un gobierno central que apoyara dicha inversión y como todos sabemos Tal Arad pertenecía a Judea, era la fortaleza al sur de la misma. Este dato excluye la posibilidad que se tratase de un grupo de nómadas o unos cuantos judíos que importaban estas hierbas exclusivamente para su santuario; en cambio, un alto indicativo que esta práctica podía ser extensa en la región.
De acuerdo a los arqueólogos involucrados en el estudio, esto demuestra que dicha inversión iba para los diferentes templos, incluyendo el Primer Templo; empero, sin pruebas reales todo cae en especulación más que en teoría. Adicional a esto, dicen los arqueólogos, si el pequeño santuario era una réplica exacta del Primer Templo; entonces, ¿por qué no habrían de ser las prácticas religiosas exactamente iguales en menor escala?
Ahora bien, el aspecto problemático del nuevo descubrimiento y antagónico a nuestra Halajá es la existencia de los elementos utilizados para quemar las dos sustancias mencionadas. Junto al franquesine se encontraron residuos de grasa animal y junto al canabis residuos de estiércol. La grasa permitía al franquesine llegar a la temperatura de 260° centígrados, punto en el cual logra emitir su aroma para ser inhalado. Curiosamente, el estiércol permitía que la marihuana se quemase justo bajo los 150° centígrados, temperatura necesaria para activar los componentes psicoactivos del cannabis, si se quema a una temperatura más alta el resultado sencillamente es un poco de humo.
El motivo por el cual este punto resulta problemático es porque, sin lugar a dudas, con estas temperaturas exactas se procuraba extraer el aroma del franquesine y los componentes psicoactivos de la marihuana; lo cual, hacía que los participantes del ritual se drogaran con sus ofrendas religiosas y punto que contradice todas las enseñanzas de nuestros sabios.
Lejos de saber la práctica exacta del Primer Templo y a pesar de estos nuevos descubrimientos, tenemos la guía que nos da nuestra Halajá acerca del uso de las drogas psicoactivas y todo el historial que el Talmud, la Mishná Torá y el Shulján Aruj nos proporcionan sobre las ofrendas rituales del Templo que esperamos, día tras día, se puedan instaurar en el Tercer Templo. Aun cuando encontrásemos rastros de cualquier sustancia psicoactiva, las instrucciones codificadas por nuestros sabios excluyen el uso de la marihuana, o cualquier droga, para hacer ofrendas o para poder llegar a niveles espirituales más elevados. Nuestra devoción y nuestra praxis judía es absolutamente consciente y no estimulada por agentes externos a nosotros. Nuestro regocijo en la Torá es de corazón y alma sin ningún componente adicional que nos haga “sentir” mejor o más capaces para dicha felicidad.