2024-11-21 [Num. 1010]


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Artículos  - Antisemitismo

Ricardo Angoso

Angoso
Por Ricardo Angoso
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¿Por qué el nazismo? Parte I

2016-11-24

Nazism 2

¿Buscas fuego? Lo encontrarás en las cenizas.
Rabino Mosche Löw von Sasow

El ascenso del nazismo

En 1933 llegaba al poder, de una forma democrática, Adolfo Hitler, aunque sin mayoría absoluta. Más tarde, una vez que la aristocracia, la derecha, el ejército, la banca y el poder industrial alemanes aceptan el resultado y, como mal menor, el poder de los nazis, Hitler subvertirá el sistema, ilegalizará a los partidos políticos y sindicatos, detendrá a sus oponentes y convocará unas nuevas elecciones donde obtendría la mayoría absoluta de un parlamento que más tarde cerrara hasta que la derrota militar permita el lento regreso a la normalidad de Alemania. En tan sólo doce años, entre 1933 y 1945, el Führer del III Reich, destinado a gobernar Alemania por más de mil años, en palabras del propio Hitler, constituyó una de las experiencias políticas y criminales más trágicas de la historia universal. Había comenzado una gran pesadilla para millones de personas que morirían, más tarde, en la Segunda Guerra Mundial, muchos de ellos en los campos de exterminio abiertos por los nacionalsocialistas.

“¿Por qué nos odian tanto?”, se preguntaban asustados los miles de judíos, homosexuales y gitanos que eran enviados, en trenes de ganados, a los campos de exterminio nazis. ¿De dónde procedía el odio que había puesto en marcha la maquinaría criminal más impresionante de la Historia? ¿Qué nutrió intelectualmente y moralmente a una ideología que es la expresión más clara de hasta dónde puede llegar la perversión de la política? ¿Cómo fue posible que mil años de tranquila y sosegada vida alemana, plagada de una rica tradición literaria, artística e incluso musical, se viera truncada, casi de repente y súbitamente, por la irrupción en la escena de la ideología nazi y sus verdugos voluntarios?

A todas estas preguntas, hechas una y mil veces por los supervivientes del Holocausto y por las víctimas del nazismo, es difícil darlas una respuesta precisa y claramente concluyente, aunque hay factores y elementos anteriores a la llegada al poder de los nazis que arrojan bastante luz sobre el origen del nazismo y su irresistible ascenso (incluyendo aquí el éxito electoral de Hitler) en la Alemania del periodo de entreguerras. En el presente ensayo trataremos de dar algunas de las claves, que no son pruebas concluyentes, que puedan arrojar algo de luz. Hasta el escritor Günter Grass, un icono de la conciencia moral alemana de posguerra, ha reconocido que perteneció a las temibles Wafen SS, abriendo de nuevo el debate acerca de la supuesta responsabilidad colectiva alemana durante el periodo nazi. Se sintió, como muchos alemanes, seducido por el nazismo y por el discurso racista de Hitler. Volvemos a hablar de historia, para entender comprender lo que está sucediendo, de un pasado que en el caso de Alemania nos sirve para poder explicar las claves del presente y quizá también del futuro.

Y es que, como aseguraba el profesor Santos Juliá, reprimir el recuerdo es creer no haber sido lo que se fue y, en consecuencia, hablar como si nunca se hubiera sido. “Le ocurrió a muchos de los que ingresaron en el partido nazi impulsados por la voluntad de poner su vida al servicio de una causa sublime, compartida por miles de camaradas. Luego cuando las cosas no salieron como se habían imaginado y tuvieron que rendirse a la evidencia de la muerte y la devastación que ellos mismos habían provocado, no les fue posible reconocer que habían sido parte activa de ese horror”, aseguraba el historiador citado al comienzo de este párrafo. No obstante, antes de adentrarnos en los “movedizos” terrenos de la responsabilidad y la culpa, que dejaremos para el final de este texto, conviene que repasemos los orígenes y la historia del nazismo.

Antisemitismo y racismo en Alemania

El antisemitismo, al menos en los textos escritos alemanes, había nacido con Lutero, quien no se anduvo con reparos a la hora de pedir la expulsión de los judíos de Alemania, la incautación de todos sus bienes y propiedades y la destrucción de sus sinagogas. Es cierto que antes, pero sobre todo a partir del siglo XI, que se habían producido pogroms en algunas ciudades alemanes, pero nadie antes hasta Lutero había elevado este antiseimitismo primario a los púlpitos y a la doctrina religiosa.

Este antisemitismo tradicional alemán, profundamente enraizado en las capas más populares, se vería más tarde legitimado con las guerras napoleónicas, pues el régimen de Napoleón proclamó la emancipación de los judíos en Alemania y en el rechazo a esta reforma encontrarían los alemanes el principal motivo de inquina contra las ideas liberales que provenían de Francia. El patriotismo alemán del siglo XIX, que luego se desarrollaría con el romanticismo en forma de expresión nacional, era antiliberal, antifrancés y antisemita, en las mismas forma, en una suerte de “santísima trinidad” laica e intolerante.

Lutero llega a considerar al judío como un ser ajeno a la naturaleza humanos, carente de principios y que no merece ni Dios ni patria. Estas ideas, simplistas en su momento pero movilizadoras para una población que todavía no leía y cuya principal fuente de información eran los sermones de las iglesias, serían recogidas unos siglos más tarde por Adolf Hilter cuando llegaría a afirmar que “al defenderme del judío, lucho por la obra del Supremo Creador”. La fuente de su inspiración ya sabemos de dónde provenía: de los púlpitos de las iglesias. Pero sigamos con el relato cronológico de los hechos.

Más tarde, en 1854, se publica el famoso libro del conde de Gobineau titulado Ensayo sobre la desigualdad, de las razas humanas, primer ensayo antisocialista de la historia y precursor de toda la gran literatura reaccionaria del siglo XIX y finales del XX. Gobineau critica a los incipientes movimientos sociales, exalta a la aristocracia fundamentada en el concepto de la raza  y predica novedosamente, para la época, la lucha contra los movimientos proletarios como contrarios a la lógica humana. Estableciendo paralelismos y bases doctrinales totalmente carentes de ninguna demostración científica, Gobineau defiende abiertamente la diferenciación entre las distintas razas, llegando a considerar a los negros como una raza inferior sin ningún futuro y a los blancos de raza germánica pura como los únicos dotados para la civilización.

El mismo Ricardo Wagner, más tarde considerado como el músico preferido de Hitler y que elevaría a los festivales de Bayreuth a la condición de ceremonia de Estado del régimen nacionalsocialista, se mostraría un fervoroso partidario de las doctrinas de Gobineau e incluso parece que contagiaría de su entusiasmo a su yerno, Houston Stewart Chamberlain, quien más tarde adaptaría estas tesis y llegaría a escribir la obra  Los fundamentos del siglo XIX, texto de exaltación racista de la raza germánica y caracterizado por un furibundo antisemitismo. Ambos textos, los de Gobineau y Chamberlain, llegarían a ser los libros de cabecera de los teóricos del nazismo, entre ellos del mismo Hitler. Hoy en día, para la mayoría de los círculos universitarios, son dos textos primarios y de escaso interés científico, de no haber sido porque ambos constituyen parte de la “prehistoria” del nazismo.

Los orígenes pseudocientíficos del nazismo

Adolfo Hitler había escrito durante sus años en la cárcel, por intentar derribar el sistema democrático mediante un golpe de Estado, las bases doctrinarias del nazismo en su conocido libro Mein Kampf (Mi lucha).En su famosa exposición de principios, Hitler desarrolla sus doctrinas racistas y  xenófobas con las que se lanzara a la conquista y destrucción de Europa y a la búsqueda del lebensraum, o espacio vital, para una Alemania como potencia dirigente y central de la nueva Europa que pretendía forjar a sangre y fuego.

No obstante, el verdadero “motor” de todas estas teorías del “espacio vital” y demás fantasías que luego se pusieron en marcha violentamente no fue Hitler, ni mucho menos. Las ideas, junto con el proyecto final, provenían de la universidad y, más concretamente, habían sido elaboradas por el profesor Karl Haushofer, erudito conservador y nacionalista que tras la Primera Guerra Mundial había sido el principal impulsor de una “ciencia” que él mismo denominaba como “geopolítica”. La teoría preconizaba que en el futuro el mundo se estructuraría para dar lugar a una era de grandes imperios terrestres. Haushofer había dado clases al lugarteniente de Hitler, Rudolf Hess, a su paso por la universidad y, más tarde, explicaría al mismísimo caudillo nazi los rudimentos de la política exterior y de la división étnica de Europa. Jugaban a la política, como si de un ingenuo juego se trataba, y no sabían que estaban poniendo en marcha las fatales tesis que iban a inspirar a un régimen basado en una religión de Estado absolutamente criminal e inhumana. Suponemos que de la tardía comprensión de todo ello surgió el también tardío suicidio del profesor Haushofer, junto con su esposa, después de la derrota alemana.

Pero Haushofer fue más allá en sus tesis, diseñando un mapa de Europa donde Alemania tenía que crecer a costa de los Estados más pequeños y más debiles, aunque fuera por la fuerza y constituir el lebesraum –espacio vital para el pueblo alemán- del que más tarde hablaría Hitler, como ya hemos expuesto antes, en suMein Kampf. Unos años después de aquellos delirios universitarios, el propio hijo de Haushofer, Albrecht, trabajaría para los nazis como asesor en política exterior, es decir, avasallando e imponiendo férreas condiciones a sus vecinos en su calidad de consejero, y terminaría sus días dramáticamente en las postrimerías del nazismo; fue asesinado después del complot contra Hitler, debido a las relaciones que tenía con algunos de los implicados.

Estas doctrinas, fundamentadas en la superioridad de la raza aria alemana sobre el resto de los pueblos del mundo, habían “bebido” intelectualmente de las tesis racistas del geógrafo alemán Friedrich Ratzel, autor de cierto prestigio en la Alemania de finales del siglo XIX. En su obra Geografía política, Ratzel considera que los pueblos con una cultura inferior, como los judíos y los gitanos, estaban condenados a la extinción, junto con “los raquíticos pueblos cazadores del interior de África”, así como “innumerables existencias parecidas”, puesto que se trataba de “pueblos dispersos, sin una tierra propia”.

Las ideas de Ratzel era, todo hay que decirlo, bastante generales hasta que un politólogo sueco, Rudolf Kjellen, llegó acuñarlas también en el siglo XIX y popularizó el término geopolítica para caracterizar el análisis de la influencia de los factores geográficos sobre las relaciones de poder en la política internacional. El sueco Kjellen llegó a defender, al mismo tiempo, una visión organicista del Estado y el desarrollo de una política basada en la misma geografía, “bebiendo” de algunas concepciones del geógrafo británico Sir Halford John Mackinder. La tesis, resumiendo, llegaba a exponer abiertamente que Asia Central y Europa del Este se habían convertido en el centro estratégico del planeta, como consecuencia del decaimiento relativo del poder marítimo radicado en los otros continentes y en los países situados en torno a esta zona del mundo. En definitiva, las potencias que lucharán por aquella zona del mundo y la controlarán definitivamente, dominarían el mundo. El predominio europeo, controlando esta zona estratégicamente emergente, era absolutamente necesario, pensarían más tarde los líderes y teóricos nazis.

Se trataba, en definitiva, tal como defendía Hauschofer y más tarde Hitler, de una suerte de darwinismo social y racial sustentado en la supuesta superioridad de la raza “aria”, que estaría destinada a dominar el mundo y a decidir el futuro de los pueblos considerados “subhumanos” por los nazis. La lucha entre las distintas razas del planeta por el espacio y el control de los recursos determinaría este combate final en donde los “arios” estaban destinados a dominar Europa y más tarde el mundo; en el universo ideológico de Hitler la raza “aria” que estaba llamada a dominar el mundo era la germánica, cuya principal  misión sería, primero, la destrucción de Francia y, más tarde, la extensión hacia el Este para cumplir su misión histórica: la derrota total de la Rusia judeobolchevique y la subordinación de todas las potencias eslavas a los intereses estratégicos de Alemania. La guerra que Hitler comenzaría en 1939, y que estuvo a punto de ganarla si no comete el craso error de atacar Rusia sin estar preparado para ello, tenía estos objetivos y, al menos, alcanzó uno de los explicitados en el Mein Kampf: la aniquilación completa de la “judería” europea y el exterminio de más de seis millones de judíos.

En la misma línea, el destacado historiador Henry Friendlander, que desarrolló el programa de asesinatos masivos mediante el programa de eutanasia de Hitler, sostenía que Alemania no podía permitirse la existencia en Europa Central de naciones no europeas que no podían ser asimiladas, tal como era el caso de los gitanos y los judíos. Estas tesis, junto con otras en la misma línea racista y nacionalista radical, justificarían más tarde los asesinatos masivos y los campos de concentración. Los elementos “impuros”, creían los nazis, debían ser “separados” de la nueva nación alemana.

Como explica el investigador y periodista Laurénce Rees, en su libro Auschwitz y la “solución final”, “los nazis consideraban que los judíos y gitanos, como los demás pueblos no arios, eran “asociales” y peligrosos desde un punto de vista racial. Deseaban librarse de ellos, y en relación al volumen de su población, los gitanos sufrieron más que cualquier otro grupo bajo el Tercer Reich, aparte de los judíos. No hay estadísticas exactas sobre el número de gitanos que murieron a manos de los nazis; sin embargo, se cree que entre doscientos cincuenta y quinientos mil de ellos pudieron haber perecido durante la guerra”. Los pueblos “impuros” y los “infrahumanos” no tenían cabida en el nuevo orden que Alemania deseaba impulsar para Europa bajo su liderazgo.



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Isaac Pargman
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