El mantenimiento pedagógico del recuerdo de la Shoah es una obligación moral en este 27 de enero, día internacional en recuerdo de las víctimas de una de las mayores tragedias de la historia de la humanidad.
El Holocausto, como final de un largo camino incubado durante casi siglos, tenía una explicación; no era el recurso irracional de una sociedad enloquecida por el nazismo y llevada de una locura colectiva con pasiones genocidas, sino que era más bien fruto de un largo proceso larvado y nutrido del odio hacia el diferente, la exhibición de un nacionalismo primario intolerante y brutal y un antisemitismo primitivo y básico. Esas concepciones, que bebían de las tradiciones europeas más rancias, estaban enraizadas con la religión dominante -el cristianismo-, los dogmas establecidos durante una larga época en busca de una identidad nacional que contribuyera al fortalecimiento de las nuevas naciones en ciernes y un cierto sentimiento de inferioridad frente al diferente, por explicarlo de una forma sencilla. Estas ideas, como principales nutrientes, fueron manipuladas y utilizadas por el nazismo para conseguir el éxito político en una sociedad como la alemana, derrotada y hundida tras la derrota en la primera contienda mundial y después abatida por una crisis económica que hizo tambalear al sistema democrático, incapaz de dar respuestas lógicas a una sociedad abatida y hastiada ante tanta calamidad. El nazismo aportó a los alemanes respuestas fáciles y simplistas, aderezadas con buenas dosis de manipulación y teorías conspiranoicas de la peor especie.
La concepción peyorativa sobre el judío caló en la sociedad alemana y acabó dando sus siniestros frutos, como el Holocausto. La desaparición no fortuita de seis millones de judíos en Europa tiene mucho que ver con la historia de Alemania, tal como relata el historiador Daniel Goldhagen:
“Tomo como punto de partida lo más evidente: el Holocausto surgió de Alemania y, por tanto, fue principalmente un fenómeno alemán. Este es un hecho histórico. Es indudable que una explicación del Holocausto deberá considerarlo como un desarrollo de la historia alemana. Sin embargo, aunque el Holocausto surge de la historia alemana, es preciso reconocer que no constituye el desarrollo inevitable de esa historia. Si Hitler y los nazis no hubieran alcanzado el poder, el Holocausto no se habría producido”.
Luego el hecho mismo del Holocausto nos hace enfrentarnos con una nueva dimensión de la tragedia a la que no estábamos “habituados”, por decirlo de una forma eufemística, porque, como nos recordaba la filosofa Hannah Arendt “no tenemos nada en que basarnos para comprender un fenómeno que, sin embargo, nos enfrenta con su abrumadora realidad y destruye todas las normas que conocemos”.
El Holocausto ocurre porque respondía a unos planes preconcebidos por Hitler previamente a la llegada al poder de los nacionalsocialistas. Hitler había asegurado que, durante la primera guerra mundial se debería haber gaseado a los judíos por haber sido los responsables de la llamada “puñalada por la espalda”. “Sin embargo, sí existe un lazo casual directo entre lo que Hitler afirma en Mein Kampf sobre los judíos y los hechos posteriores. Es así porque, como estaba convencido de que los judíos había saboteado desde su posición de retaguardia, la posibilidad de que Alemania venciera en la guerra, también estaba resuelto a impedir que volvieran a tener ocasión de hacer lo mismo.
”Esa raza de criminales tiene sobre su conciencia a los dos millones de muertos de la primera guerra mundial -afirmó Hitler en privado el 25 de octubre de 1941, cuando ya hacía dos años que se había iniciado la Segunda Guerra Mundial- y ahora ya tiene a varios de cientos de miles más”. La idea de que había que “aprender” de la Primera Guerra Mundial y que la lección aprendida legitimaba el Holocausto la volveremos a encontrar más adelante”, escribiría el experto en tema Laurence Rees a este respecto.
EDUCAR SOBRE EL HOLOCAUSTO PARA QUE SE REPITAN LOS ERRORES DEL PASADO
Partiendo de la premisa no discutible de Primo Levi de que “si el mundo llegara a convencerse de que Auschwitz nunca ha existido, sería mucho más fácil edificar un segundo Auschwitz. Y no hay garantías de que este vez sólo devorase a los judíos”, Enrique Moradiellos establece que “esta mera y y simple razón serviría para justificar la necesidad de conocer lo que fue el Holocausto como cumbre de la barbarie humana y precaverse contra las semillas teóricas y doctrinales que lo alentaron bajo la forma del antisemitismo y la judeofobia”. La educación sobre el Holocausto, por tanto, se convierte en un elemento básico para entender la historia de Europa.
También el historiador Francois Furet apunta en la misma dirección:”Los crímenes del nazismo fueron tan grandes y resultaron, al final de la guerra, tan universalmente visibles que el mantenimiento pedagógico de su recuerdo desempeña un papel indiscutiblemente útil, y hasta necesario, mucho después de que hayan desaparecido las generaciones que los cometieron. Porque la opinión tuvo, más o menos concretamente, conciencia de que esos crímenes había algo específicamente moderno, que no carecían de relación con ciertos rasgos de nuestras sociedades, y que era menester velar cuidadosamente para evitar su regreso (…) Las formas de rememorar que adopta (el recuerdo del Holocausto), el tipo de pedagogía que inspira, no siempre son muy profundas, y puede ser utilizada con finalidades políticas. Pero lo que esta desgracia expresa ha de tomarse con un sentimiento político esencial en los ciudadanos de los países democráticos en este fin de siglo -este texto está escrito a finales del siglo XX. Al historiador, y más en general al intelectual, toca convertirla en enseñanza más informada y menos partidaria. Confieso que no es fácil, pero es necesario”.
Luego, en todo este asunto del Holocausto, hay una responsabilidad de los países europeos de la que no podemos sustraernos, tal como señalaba con verdadero acierto el historiador Saul Friedländer:"En efecto, la complicidad tácita de Occidente frente a la persecución de los judíos y luego el silencio casi absoluto frente a su exterminio fortalecieron a Adolf Hitler en su convicción de actuar en bien de la humanidad entera. El antisemitismo endémico de los pueblos europeos no fue la causa directa de la solución final, pero facilitó su ejecución".
Tampoco después del Holocausto, una vez consumada la gran masacre, hubo una verdadera catarsis colectiva en el continente europeo acerca de la verdadera magnitud de lo que había ocurrido, sino que, como señala la profesora María Sierra, "las sociedades europeas no afrontaron en la inmediata posguerra el fenómeno del holocausto ni asumieron la honda crisis cultural y moral que significaba". La reflexión, entonces, acerca del Holocausto, sus consecuencias y su significado, no ya solamente en la historia de Europa, sino de la humanidad, sigue siendo un deber absolutamente inexcusable e irremplazable en nuestra sociedad. Educar acerca de lo que significó el Holocausto es fundamental para poder conjurar las amenazas del presente y también para evitar caer en los errores del pasado.