Estados Unidos es culpable cuando el 2 de Mayo de 1998 el Senado ratificó la expansión de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) hacia todos los países del este europeo limítrofes con una Federación Rusa debilitada y vulnerable debido a la desintegración económica, política, social y militar de la ex Unión Soviética.
Mijaíl Gorbachov (1985-1991), como Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, había encaminado una reforma al sistema político y económico de su país con el famoso proyecto de la Glasnost (transparencia) y la Perestroika (restructuración).
Luego de la caída del Muro de Berlín (1989) y para lograr su apoyo a la reunificación de Alemania el Canciller Helmut Kohl y los presidentes de los EE.UU George H. W. Bush y luego Bill Clinton prometieron a Gorbachov que la OTAN no se acercaría a las fronteras de su país. Las naciones del este europeo, que estuvieron bajo la órbita soviética desde 1945, se estaban independizando y esta promesa servía para apaciguar al enorme Imperio Soviético con capacidad nuclear que se encontraba peligrosamente confundido.
A fines de 1991 y principios de 1992 comienza la disolución de la URSS y surge como país sucesor la Federación Rusa, con la presidencia de Boris Yeltsin. A pesar de las constantes promesas que le hacen a Yeltsin sobre la no ampliación de la NATO a sus fronteras, en 1999 se unen a la misma Polonia, Hungría y la República Checa. A partir de allí empieza el encierro de Rusia.
Europa es culpable por haber aceptado la Resolución del Senado de los EE.UU, la Potencia Hegemónica Unipolar de aquel entonces, sin observación alguna y sin analizar las consecuencias que podría ocasionar ésta decisión en las futuras relaciones geopolíticas con Rusia.
Europa, que siempre vivió bajo el paraguas protector de los americanos, se envalentonó con esa odisea y consiguió destruir a Yugoeslavia primero y luego a la eslava Serbia, dividiéndola en pequeños países maniobrables mediante la táctica de “divide y reinarás”.
Inclusive colaboraron con el desgajamiento de Kosovo, una Provincia históricamente serbia (1998-1999). El conflicto terminó cuando la aviación de Estados Unidos y sus aliados de Europa bombardearon a Belgrado, la Capital de Serbia, donde murieron innumerables civiles, además de destruir la Central eléctrica y los puentes de la ciudad. Una Rusia debilitada militar y políticamente no pudo intervenir en defensa de Serbia, su aliada eslava de Europa.
Estos mismos factores de poder, integrantes de la NATO, lloran hoy cínicamente con lágrimas de cocodrilo por las mismas barbaridades que ellos mismos cometieron en Belgrado.
Ucrania es culpable por impulsar obsesivamente su ingreso a la OTAN conociendo las reacciones que podrían despertar en su poderoso vecino ruso. 30 países integran la NATO (28 europeos más Estados Unidos y Canadá) y muchos ya rodean a Rusia por el norte, el oeste y el sur. Sabiendo que la Federación Rusa ya no es la misma que hace 20 años atrás se lanzan como suicidas a enfrentarse con un país enorme en recursos que actualmente, además de ser una potencia nuclear, dispone de casi un billón de dólares entre reservas y fondos; ha formado potentes fuerzas armadas que han derrotado a los terroristas chechenos, se han establecido en Siria venciendo a los yihadistas del ISIS y han hecho retroceder de Osetia del Sur y Abjasia al Ejército de Georgia persiguiéndolos hasta Tiflis, su Capital. ¿Qué necesidad han tenido y tienen los ucranianos de provocar la destrucción de sus hermosas ciudades, en especial Kiev?
Rusia también es culpable por haber comenzado una guerra perjudicial ofensiva sabiendo que, por ser una de las mayores potencias nucleares del mundo, su seguridad vital y disuasiva estaba protegida, a pesar de los innecesarios avances geoestratégicos occidentales. Si bien un misil nuclear de la NATO disparado desde Ucrania llegaría en solo 4 minutos a Moscú y la aniquilaría, los misiles nucleares rusos que se lanzarían en represalia podrían también destruir todas las ciudades de Europa y así desaparecerían del mapa. Por ello no se entiende el apuro de Rusia de comenzar una guerra total contra Ucrania en la cual ya puede verse que el plan “A” ha fallado; la obstinada Ucrania no se ha rendido. El Ejército ruso ha tenido que desplegar el plan “B” con consecuencias negativas para todas las partes involucradas y para el mundo entero.
Conscientes de esta culpabilidad colectiva deberían negociar de inmediato “una solución equilibrada de insatisfacción” como dijo Henry Kissinger años atrás, agregando que “la política exterior es sobre todo el arte de establecer prioridades”. Y la prioridad actual es detener la guerra en Ucrania.