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Artículos  - Antisemitismo

Ricardo Angoso

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Por Ricardo Angoso
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La niña colombiana que vio desaparecer su familia en el Holocausto Nazi

2016-04-13

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Ana María Goldstein tenía apenas dos años cuando los nazis invadieron Hungría y perpetraron una de las mayores matanzas de la historia de ese país. Siguiendo la estela del macabro plan denominado como la “solución final” y con la ayuda de los fascistas locales, casi medio millón de judíos húngaros fueron enviados a los campos de concentración nazis o asesinados. En Budapest, por ejemplo, muchos fueron fusilados a orillas del río Danubio. El Holocausto, que sembró de terror a Europa, causó la muerte de seis millones de judíos. De esa Europa turbulenta, ensangrentada y siniestra, tierra sin piedad para los judíos, nos habla Goldstein en un libro recientemente publicado, del que recojo algunos de sus impresionantes testimonios. Goldstein entró en Colombia en 1957 y ahora nos recuerda el dolor de los suyos. Se hizo colombiana siendo apenas una niña.

Mucho antes de que llegaran los nazis, los verdugos voluntarios de Hitler, que los hubo en toda Europa, también en Hungría, comenzaron la persecución de los judíos, tal como cuenta Goldstein: “En 1941 una nueva ley racial definió más radicalmente quien era judío, basándose en términos raciales. Se prohibieron los matrimonios mixtos o relaciones sexuales entre judíos y cristianos. Bajo este nuevo criterio se llegó a determinar que en Hungría había unos ochocientos cincuenta mil judíos para ese entonces (…). Nos despojaron de nuestros derechos, como por ejemplo el de portar uniforme y condecoraciones militares o el de desempeñar cargos públicos. Luego nos despojaron de nuestra capacidad de generar ingresos, al prohibirnos el ejercicio de nuestras profesiones”.

LA LLEGADA DE LOS NAZIS EN 1944

“Con la ocupación física del país por los alemanes y la toma del poder por los fascistas húngaros en octubre de 1944, la suerte de los judíos de Budapest fue sellada. El hecho de que permaneciéramos intactos hasta casi el último momento del nazismo y, sin embargo, en dos meses cortos comprendidos entre el 15 de mayo y el 10 de julio de 1944, hubieran logrado asesinar a más de seiscientas mil personas, nos dejó perplejos, en una suerte de shock colectivo, sin comprender enteramente lo que pasaba. La magnitud del desastre sólo la vinimos a conocer una vez terminada la guerra”, señala Goldstein.

El terror ante la posibilidad de ser enviados a los campos de la muerte dominó en aquellos días aciagos para los judíos, tal como se sigue narrando en el relato de esta historia en primera persona: “Le oí afirmar a alguien que sobrevivió Auschwitz, que el miedo a ser descubierto era peor que estar en el campo de concentración mismo. Este comentario me trae a la memoria vivencias muy fuertes de mi juventud, que trataré de ordenar cronológicamente. No pasé por los campos de concentración nazis, mi historia de la guerra es la de una niña que fue escondida y que desde pequeña aprendió a sobrevivir. Los alemanes ocuparon Hungría cuando yo tenía dos años de edad. Para ese entonces, las leyes antijudías ya habían sido restituidas desde 1938. No se necesitó de antisemitas alemanes para sufrir la barbarie, Hungría los producía en esa época y gobernaban desde hacía varios años”.

Sobre el trato recibido en Hungría, Goldstein habla claro: “Las autoridades húngaras fueron extremadamente crueles. Según relato testimonial del Dr.Fodor, cliente de papá, de años atrás y quien logró escapar con su esposa de una redada, en enero de 1942, a las víctimas les obligaron a abrir agujeros en el río congelado y las ametrallaron. En el primer día mataron a unos mil judíos”. Incluso durante la guerra ese horror se vio amplificado por más prohibiciones y una discriminación muy cruel: “Durante los bombardeos a los judíos no se nos permitió bajar a los refugios, pero sé que sí lo hacíamos seguramente con la venia de los vecinos”.

EL DESTINO DE LA FAMILIA

Acerca del destino que le aconteció a su familia, Goldstein relata de una forma gráfica y resumida donde fueron a parar los suyos: “En mayo de ese año, mis abuelos maternos, los Hausman, fueron deportados de Munkacs a los crematorios de Auschwitz. La hermana mayor de mi mamá, Olika, su esposo e hijas de 14 y 11 años, quienes vivían en Chescolovaquia, fueron llevados a Theresienstadt y de allí a Auschwitz, donde fueron gaseados. Fritzike, la cuñada Olika, las vio cuando llegaron al campo de exterminio, Ila las vio cuando las vio cogidas de la mano hacia las cámaras de gas. El mes siguiente le correspondió el turno a mis abuelos paternos, los Weisz, quienes junto con el hijo mayor y su esposa fueron transportados al mismo campo y asesinados”.

Aparte del crimen y el asesinato, las víctimas eran desposeídas de todas sus propiedades: “El gobierno fascista hizo que relacionáramos y entregáramos todos los bienes, como cuentas bancarias de ahorro, papeles de bolsa, obras de arte, alfombras, joyas, oro, platería e incluso otros muy simples como radios y bicicletas. Sellaron las cajas fuertes previo inventario de su contenido”.

“El 15 de abril de 1944 promulgaron la ley que hacía obligatorio llevar la estrella amarilla, ley que acatamos sin analizar. Mi papá seguía prisionero y mi mamá, Erzsebet Hausman, era la única que salía a la calle. Su hermana menor, Judith y yo, permanecíamos encerradas en la casa la mayor parte del tiempo. Así vivimos hasta que un amigo sionista le hizo caer en cuenta a mamá que llevar la estrella judía era señalarse como judía y poner en riesgo su vida y la de su familia. Mamá se armó de valor y se la arrancó e hizo lo mismo con la de mi tía”, escribía Goldstein en su libro de memorias.

Luego llegaría la creación del ghetto, tal como se cuenta: “Entre el 17 y el 24 de junio de 1944 el gobierno tomó en Budapest 2.639 edificios que distinguió con la estrella de David para concentrar a todos los judíos de la capital, a donde debíamos trasladarnos. Esos edificios quedaban, o en el ghetto, o eran llamados de “protección” y quedaban en otras partes de la ciudad. Estos últimos estaban bajo la tutela de alguna embajada o entidad internacional, donde los que poseían algún documento extranjero, pasaporte o salvoconducto, podían resguardarse. En sólo ocho días, doscientos cincuenta mil judíos tuvimos que trasladarnos al ghetto o a esas casas. Nosotros tres fuimos a parar primero a un edificio en Paulai Ede Utca, en el ghetto. El hacinamiento, el hambre, las pestilencias y las enfermedades hacían intolerable la permanencia allí”.

EL FINAL DE LA GUERRA

Al final de la guerra, en diciembre de 1944, los soviéticos entraron en Budapest y el ejército rojo fue recibido por los escasos judíos que quedaban en la capital como unos libertadores. Llegaba la hora de hacer el balance de las víctimas y el resultado era desolador, como nos cuenta Goldstein: “De una familia muy numerosa, perdí en la Shoah (Holocausto) cuarenta y un parientes cercanos, casi todos en los crematorios de Auschwitz, algunos en trabajos forzados en Austria y Rusia; otros en el ghetto y una fusilada y arrojada al Danubio”.

Pese a todo, porque la vida siempre fluye en medio del horror, Goldstein da testimonio de su “milagro”: “Soy sobreviviente de la guerra, soy reflejo del trauma que sufrió la generación que quedó, los que nacimos durante ella. Soy una de los 7.712 niños y niñas judías que quedamos vivos en Hungría, muchos de ellos huérfanos. De esos 800.000 judíos de antes de la guerra, más de la mitad fue asesinada en solo dos meses, 25% fueron asesinados en un lapso de 10 meses. En Budapest, de 201.069 judíos cesados en 1935, equivalente al 19% de la población total de la ciudad, solamente 96.000 sobrevivieron. Sin la colaboración autoridades húngaras hubiera sido imposible realizar las deportaciones e implementar las leyes antijudías y los ghettos”.

“Y como no es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos, ¿quién hablará?”, escribía el escritor Primo Levi al referirse al Holocausto. Goldstein no se calla tampoco y termino con una reflexión suya: “Todo mi mundo de niña nació de ese horror, todos los que conocí perdieron allí a casi la totalidad de su familia. Todas las conversaciones que oí durante los primeros años de mi vida giraron alrededor de Auschwitz, los campos de exterminio, de quién y cómo sobrevivió. Todas mis fantasías infantiles se originaron allí y me pareció haber vivido cada una de las historias oídas”.


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