En la vida diaria, el ser humano debe dirigir su atención y capacidad hacia mejorar la subsistencia del que no ha tenido la oportunidad de lograr un estatus que le permita vivir sin angustias en un Mundo acelerado en todas las formas, rodeado de agresividad y contrariedades.
Nuestras leyes humanas y jurídicas nos enseñan que debemos proteger al débil, y al necesitado, pero infortunadamente, la misma característica de la vida, nos aparta de estos enunciados, no por resto debemos abandonar el camino de las buenas acciones, del buen comportamiento, dejándonos llevar por la ética.
Al dejar la senda de la verdad, nos dirigimos al lado opuesto, convirtiéndonos cómplices de la anti-ética, de la falsedad, del engaño por lo cual nos tornamos en contra la Humanidad, olvidando las buenas enseñanzas que nos da la Religión.
Ayudar al caído, al necesitado, al hambriento, es una obligación, y de ninguna manera una opción. No debemos esperar un “gracias” por habernos quitado el pan de la boca para dárselo a un hambriento; no debemos saber a quien hemos ayudado, como tampoco debemos obligar al que recibe a seguir instrucciones especiales.
Como este no es un artículo de profundidad, ni tampoco de demostración literaria, sino una pequeña disquisición inspirada en estos días de recogimiento por nuestras Altas Fiestas lo terminamos en este punto, no sin antes contar una anécdota que viene al caso:
Un pobre hombre que solía parar en una esquina a pedir una limosna para comer, atrajo la atención de un rico que pasaba junto a él todos los días, uno de los cuales haciendo gala de gran magnanimidad, le dio cincuenta mil pesos; el pobre, que no podía creerlo, entró de inmediato al restaurante de la esquina y solicitó una langosta, y una botella de champaña con lo cual soñaba a diario. Estando saboreando el exquisito plato, acertó a pasar a su lado el benefactor y díjole: "¡Cómo! ¿Te di una limosna y te la estas gastando en una comida de lujo que ni yo mismo hago? A lo cual respondió el pobre: "siempre he querido saber cómo comen los ricos y no he podido hacerlo por falta de plata, ¿y ahora que tengo ocasión me lo reclamas?"
Moraleja: haz bien, y no mires a quién.