No es este el comienzo de otro chiste judío; de hecho, se trata de algo serio y sublime. La anécdota real incluye a un joven profesional ortodoxo, una soferet masortí, tres reformistas (todas rabinas y una de ellas soprano) y una congregación de 50 representantes de comunidades de una decena de países del continente y de comunidades FSU-North America (Former Soviet Union), todos ansiosos de saber si cada grupo rezaría en salón aparte o si algo novedoso podría ocurrir. La historia termina con final feliz: Un Shabat fenomenalmente hermoso e histórico.
Hace algunos meses, mi buen amigo, el Rav Daniel Shmuels, escribió en Hashavúa sobre su deseo de lograr encontrar un espacio común para todo Am Israel a la hora de la Tefilá. Afortunadamente, ese ejemplo de hermandad y sabiduría me correspondió vivirlo recientemente en una reunión de Limmud Internacional en el DF. Al mejor estilo que, a la hora de solucionar complejas contradicciones, demostraba tener Tevie en El Violinista en el Tejado, e inspirados en un gran espíritu de análisis talmúdico, lo impensable se volvió real y maravilloso.
No sobra decir que soy un convencido de las virtudes del proyecto de Limmud. Considero que representa la esencia de nuestro pueblo y la fórmula para seguir todos de la mano hacia adelante. Limmud se base en 10 principios que enmarcan su filosofía y dinámica. Uno de ellos siempre me causó intriga y dificultad para digerirlo: “Argumentos en Nombre del Cielo” (Majloket l´Shem Shamayim). Seguramente habré leído su explicación múltiples veces, pero nunca terminé por asimilarlo. No hasta que mi amigo Abraham Yudelevich, de Limmud Chile, lo explicó muy sencillamente: Así como los grandes Hillel y Shamai pudieron exponer sus puntos de vista diametralmente opuestos y ambos mantienen su posición preeminente dentro de nuestra historia, así mismo Limmud le da cabida, en armonía, a las diferentes posiciones representadas al interior de Am Israel. No se me hubiera ocurrido que, al día siguiente de escuchar esa sencilla explicación, habría de ver ese principio en acción.
Rebobinando la película unos años, cuando asistí a la universidad en Estados Unidos, de las primeras cosas que hice fue vincularme a Hillel para así garantizarme una vida judía plena. Ahí habría de pasar buena parte de los tres años que estuve en Filadelfia. Siempre quedará en mi memoria la primera imagen que tuve: Entré al edificio un sábado hacia el mediodía, abrí la primera puerta que vi y me topé con una congregación feliz, cantando, hombres y mujeres agarrados de las manos en armonía e igualdad. Al frente, dirigiendo los rezos, una mujer con talit y con casi nueve meses de embarazo. La imagen fue mucho para mi esa vez. Entendí que no era el ambiente que buscaba; para ello debía subir las escaleras.
Llegué al segundo piso y me encontré con un rezo conservador. Faltaba subir otro piso más para llegar finalmente al ortodoxo, fiel a la tradición en la que había crecido. Pero ese tampoco fue el lugar donde recé la mayoría de las veces. Con mis amigos halabos panameños organizamos justo al lado del minyan ortodoxo, otro igual, pero de rito sefaradí, del que muchas veces fui su jazán. La hermosa conclusión que me dejó la experiencia en U. Penn es que cuando se quiere, se puede. Bajo un mismo techo, todos los tipos de rito tenían su lugar, y a la hora de la cena de Shabat, todos juntos comíamos y cantábamos. Algo así deberá pasar cuando el CIB y la AIM se logren unir, en los términos que sabiamente determinen sea prudente. Pero aún no lo había visto todo; para eso tuve que esperar 30 años más.
Organizando la planeación del seminario de Liderazgo de Limmud Internacional en México (Sin duda, una de las experiencias más bellas y enriquecedoras que he tenido en mi vida comunitaria), tuvimos que contemplar el dilema de cómo organizar el rezo de viernes a la noche. Éramos 50 personas de diversos orígenes, dedicados de corazón a construir un futuro mejor para nuestra judería. Algunos éramos ortodoxos, otros eran conservadores, reformistas, reconstruccionistas, rabinas, gays y conversos. Había un poquito de todo. En mi facilismo, y con la experiencia universitaria, consideré que lo efectivo sería que, llegada la hora de los rezos, habilitáramos cuatro salones contiguos para que cada afiliación religiosa pudiera celebrar su propio rezo, a riesgo de que ni consiguieran su respetivo minyan, si es que eso era del todo relevante. Pero eso sería demasiado fácil para un grupo de vanguardistas en temas de vivencias judías. Afortunadamente, mi opinión no valió. Mi amigo Abraham decidió que lo ideal sería dejar que los representantes de cada tendencia se reunieran entre sí y que, en cónclave (No pun intended!), decidieran qué hacer, L´Shem Shamayim.
Resultado:
-Todos rezamos juntos, al tiempo y en el mismo salón, de principio a fin.
-El salón se dividió en tres áreas: Un espacio para hombres, otro para mujeres y, al centro, otro para hombres y mujeres que quisieran sentarse juntos. En hebreo americano eso se llama una “trijitza”.
-Pero no hubo un muro entre los tres grupos, solo un espacio prudente para separar los grupos, sin ofendían ciertas susceptibilidades de lo más liberales.
-El mashgia ortodoxo avaló la organización del salón.
-Al frente, cuatro sillas mirando hacia el auditorio para sentar a las cuatro mujeres que dirigieron la primera parte del rezo.
-Una de ella, rabina y soprano, comenzó recitando una Kavana para inspirar a la congregación, cosa que supo hacer con mucha elegancia.
-Eventualmente, algún texto breve se leyó tanto en inglés como en portugués y español para así llegarle a cada grupo presente y darles a todos el kavod merecido.
-El rezo comenzó en armonía, en hebreo, cantando melodías conocidas, para así no alienar a los grupos más de derecha (No uso el término “religioso” pues ahí todos lo eran, indiferentemente de ser ortodoxos o reformistas).
-Terminado el Lejá Dodi, hicimos una gran ronda y bailamos Hora quienes así quisimos (La enorme mayoría del grupo).
-Para Barejú, se hizo cambio de guardia y el varón asumió los rezos. Lo llevó a feliz término siguiendo el rito ortodoxo, y su jazanut no resultó extraña para el resto de los asistentes.
-Para sorpresa de todos, todos pudimos cantar las melodías al unísono. El rezo era prácticamente igual para todos.
-Al final, bajo un talit, se recitó un Sheejeyanu para todos los novatos en esa reunión, incluyendo a alguien quien ese día cumplía dos años desde su giur.
-Finalmente, pasamos a manteles, con Hashgajá ortodoxa, todo muy kasher, todo muy bonito.
No dudo que para quienes no se permiten escuchar la melodiosa voz de una mujer, un Shabat así sea antihalájico. Estoy seguro de que muchos con ese perfil tampoco compartirán sentarse y rezar a la vista de mujeres o de personas abiertamente gay. Más aún, algunos usarán este ejemplo para enseñarles a sus amigos ortodoxos los peligros que implica asistir a Limmud. Pero para todos los que estuvimos ahí, ese Shabat fue prueba de que querer es poder y que en Limmud le encontramos un espacio a todos. De hecho, también se logró probar que reformistas y rabinas pueden seguir un rito ortodoxo. Limmud es para reformistas tanto como lo es para ortodoxos.
Cuando se tiene voluntad, se puede lograr algo bello. Cada grupo llegó a un compromiso. Todos tuvimos la firme intención de hacerlo funcionar. No sé si algo así se haya hecho antes. Al menos no tengo conocimiento de un Shabat como el que tuvimos en México. ¡Qué hermoso precedente! No es la intención de que a futuro todo se haga de esa manera, pero sí fue formidable para todos los presentes saber que es factible encontrar puntos de mutuo entendimiento y que, fiel a lo que hemos hecho durante más de tres mil años, también ahora podemos innovar sin afectar nuestra esencia.