Veinticinco años antes de la Shoa se llevó a cabo el primer gran genocidio del siglo XX. Muy seguramente, otros pueblos y tribus en África querrán decir que a ellos también los exterminaron premeditadamente en el siglo XX. Particularmente Congo y Namibia ofrecen capítulos macabros de lo que fue la colonización del continente, pero tristemente de esas tribus poco queda y difícilmente existe algún registro documental, estadístico o fotográfico y mucho menos se trataba de civilizaciones maduras y milenarias con vasta memoria histórica escrita. Como con los dinosaurios, a ellos en África ya nadie los llora. Pero diferente es el caso del pueblo armenio, el primer pueblo en adoptar oficialmente el cristianismo.
La mala suerte de los armenios, entre otras, es ubicarse en el Cáucaso, una zona fronteriza de cruce de civilizaciones. Turcos, kurdos, rusos, persas, tatares y árabes, entre otros, son sus vecinos, más numerosos y más belicosos. Para no explayarme, durante el siglo XIX la zona habitada por los armenios fue dominada y repartida entre los imperios Otomano y ruso. El ocaso de primero llevó a moribundo imperio a desarrollar una serie de políticas opresivas contra la minoría armenia. Desde las masacres de Hamidyan en 1895 existe amplia documentación que evidencia un decidido deseo por reubicar a los armenios a la fuerza, eliminarlos de ciertas zonas del imperio, debilitarlos y humillarlos. Pero el gran golpe vino durante la Primera Guerra Mundial en 1915 y que duró, según como se quiera narrar la historia, hasta 1918 o hasta 1923. Al final de este lamentable episodio, 1.5 millones de armenios habían muerto, un 75% de la población de Armenia Occidental (la zona turca).
Numerosos paralelos y diferencias se pueden hacer con nuestra experiencia de la Shoa. Los armenios fueron masacrados en su tierra ancestral mientras que a nosotros nos eliminaron en la diáspora. Desde el final del genocidio en 1918, a ellos les tomó apenas unos meses para conformar su primera república independiente, (que no tenían desde 1375 cuando el reino de Kilikia fue derrotado); a nosotros nos tomó tres años para lograrlo. La Primera República Armenia duró escasamente dos años hasta que la Unión Soviética se la tragara; B“H, nosotros seguimos contando con un próspero Estado de Israel. La limpieza étnica, cultural, arqueológica, histórica en la zona oriental de Anatolia es casi completa. Los armenios murieron principalmente en largas marchas al desierto (Der Zor, en Siria, ahí mismo donde hoy se lucha contra ISIS) pero también a fuego, en la horca, violados u obligados a islamizarse; nosotros sufrimos caminatas largas, guetos, pero principalmente nos mataron en campos de concentración, cámaras de gas y a ráfaga en fozas comunes. Ni el Tercer Reich ni el Imperio Otomano existen hoy. Los alemanes si reconocen su culpabilidad y han pagado compensaciones: los turcos máxime se refieren a pérdidas de ambos lados durante una guerra civil. A la desgracia, nosotros la llamamos Shoa; ellos lo llaman Mets Yeghern. En fin, de eso se puede hablar y comparar ampliamente. Desde el autor de la definición internacionalmente reconocida de lo que es el Genocidio, pasando por los más grandes defensores de la causa armenia, esas mentes son judías. Nuestra experiencia en las cortes para obtener reparaciones de Alemania es ejemplo y esperanza para el pueblo armenio.
Lo común es el desastre, la tragedia, los millones de personas que hoy no están y que no pudieron defenderse porque no tenían un estado soberano y un ejército, porque sucumbieron antes un enemigo más fuerte decidido a eliminarnos. Pero algunas diferencias circunstanciales nos han diferenciado: Los armenios asesinados fueron súbditos del Sultán de Turquía y posteriormente de la Nueva República de los jóvenes turcos liderados por Kemal Ataturk. Al finalizar la Primera Guerra, y nuevamente al finalizar la Segunda, el nuevo gran enemigo fue la Unión Soviética y Turquía estuvo llamada a convertirse en la punta de lanza contra esa amenaza. Turquía es hoy en día uno de los más grandes y más importantes miembros de la OTAN. Turquía pronto tendrá 100 millones de habitantes, mientras que la Armenia de hoy no llega a 3 y toda su diáspora si acaso suma 12 millones. Es por eso que a hoy, apenas una veintena de países han reconocido el hecho histórico del genocidio armenio.
En el juego de la geopolítica, muchos son los pactos con el diablo los que hay que hacer, muchos los riesgos reales a la hora de tomar una postura puramente moral. Pero igualmente trae riesgos morales no tomarlas. Nuestra historia y nuestras tragedias, nuestro eterno canto de Nunca Más, nos deben inclinar a perder el miedo ante las represalias de una Turquía que hace mucho dejó de ser aliada de Israel para convertirse en uno de los dos más grandes y peligrosos agitadores del antisemitismo y antisionismo mundial, junto con Irán. Han sido muchas las veces en que el la Kneset se ha presentado una moción para reconocer el Mets Yeghern, pero siempre el gobierno termina pidiendo que se aplace para no molestar a Erdogan. La última vez que esto pasó fue a finales del mes de mayo, cuando Armenia celebraba el centenario de su primera república. Confío que el gobierno de Israel pronto tenga las agallas para hacer lo que es moralmente correcto.