Como la mayor parte de nuestros políticos y representantes hace años que no se pasean por las calles de Bogotá, bien sea del centro o de los barrios periféricos, nadie al día de hoy ha denunciado la masiva aparición en diversas partes de la ciudad de carteles llamando a la violencia racista contra los venezolanos. El clima viene precedido de una ambiente enrarecido y proclive a este tipo de actos, al igual que ocurrió en la Alemania en los años treinta, cuando del delirio antisemita se pasó rápidamente al Holocausto y al exterminio de los judíos. Las consecuencias son bien conocidas: seis millones de judíos se "esfumaron" a través de las cámaras de gas.
Los ataques injustificados, racistas y xenófobos de la alcaldesa mayor de Bogotá, Claudia López, el aumento perceptible de la inseguridad a merced de un gobierno inepto e ineficaz y la llegada de millones de venezolanos a consecuencia del descontrol reinante en nuestras fronteras, junto a otros elementos, tiene mucho que ver con la percepción de que una buena parte de los actos delictivos son cometidos por ciudadanos venezolanos, algo que es absolutamente falso y que se puede rebatir por los datos de homicidios y delitos perpetrados en Colombia en los últimos años.
Colombia, dicho sea de paso, nunca ha sido Suiza o Noruega en materia de seguridad, sino más bien lo contrario: nuestros indicadores son africanos y la violencia y la delincuencia siempre han estado presentes en nuestras vidas. Esa política de echar balones fuera y culpar a los demás de nuestras desgracias, es un recurso facilista típicamente colombiano, hasta me atrevería latinoamericano. Si nuestros responsables políticos, como nuestra alcaldesa, no son capaces de responder acerca de nuestra seguridad deberíamos de reflexionar acerca de si los mismos son capaces de estar a la altura de sus responsabilidades o deberíamos revocarlos. El racismo como coartada política para explicar las causas de nuestro fracaso como país es un viejo recurso ya agotado. Los venezolanos no son culpables de nada, solamente de ser pobres y vivir en una nación atrapada por una banda de saqueadores, demagogos e inútiles crónicos.
Cartel visto en Bogotá. Foto de Ricardo Angoso